enigma sn. martin

Los misterios y secretos detrás del héroe. José Francisco de San Martín , su vida en un enigma constante.


Episodio 15: «San Martín y la Maldita Libertad»

«San Martín y la Maldita Libertad»

Por Eduardo Guidolín Antequera

Ser libre… Pero, ¿libre de qué? ¿De quién? ¿Qué es la libertad en sí?

¿Cuánto sabemos de esa palabra profunda que tanto anhelamos tener, preservar y conservar? Quizás sea la mayor gratitud que merece el ser humano: ser libre, sentirse libre. Pensar, actuar, decidir, proyectar. Romper cadenas parece ser el ejercicio constante de nuestra búsqueda, aunque a veces ni nos demos cuenta. Qué asfixia es no ser libre para expresarnos, manifestarnos, para palpar esa sensación extasiante.

¿Quién no ha disfrutado o imaginado la libertad de un ave conquistando el espacio aéreo, solo desplegando sus alas y confiando en el acto mismo de volar? Libertad. Ser libre. Exigirla como derecho y ofrecerla como deber. Porque en esta experiencia llamada vida, sin dudas, la libertad es una de las bendiciones más grandes que Dios nos ha otorgado para experimentar qué es Ser un Humano Verdadero. Y sin embargo, hemos corrompido esa expresión genuina del alma, la hemos traicionado.

Cuánto sufre la humanidad por no ser libre. Cuánto dolor se causa el ser humano al oprimir a otro solo por el afán de controlar, de experimentar ese falso poder.
¿Vos sos libre? ¿Plenamente libre?
Tal vez sí, y tu libertad se expresa sin barreras. Tal vez no, y vivas reprimido en algún rincón de tu vida. ¿La valorás? ¿La ofrecés? ¿Tu libertad es refugio y respeto para el otro?

Hoy quiero que recorramos juntos un fragmento de la vida de nuestro Libertador —sí, pensá bien esa palabra: Libertador. Porque quizás aún no entendemos por qué lo llamamos así. Quiero mostrarte una de sus cartas más profundas y sentidas, escrita desde el destierro, desde la lucidez y la desilusión, desde el corazón. En ella dice tanto que me propuse desmenuzar sus palabras. Quise entrar en su mundo, en el nuestro, en la libertad de aquel tiempo y en la de hoy. Porque, aunque el título te haya chocado, una parte la comprenderá con el corazón:
a veces no sabrás qué hacer con «esa maldita libertad«.

La confesión, y el descargo desde lo profundo

Carta de José de San Martín a Tomás Guido

Señor don Tomás Guido.

París, 1 º de febrero de 1834.

Mi querido amigo: Creyéndole ya en el Brasil, escribí a V. a este punto en fines de octubre pasado por conducto de mi recomendable amigo don Benjamín Mary, encargado de negocios de la Bélgica, cerca de aquel gobierno, cuando me encuentro con la suya de 20 de octubre datada en Buenos Aires, en la que me da extensos detalles de las ocurrencias acaecidas en nuestra desgraciada patria. V. me hará la justicia de creerme si le aseguro que lejos de sorprenderme a su recibo, las esperaba como cosa inevitable. En prueba de ello, diga V. a Goyo Gómez le manifieste la que le escribí hace poco menos de 3 meses y por ella verá si había anunciado con antelación esta catástrofe, sin que para ello fuere necesario una gran previsión, sino la de conocer los hombres de la pasada administración. El general Balcarce me ha merecido y merece la opinión de hombre de bien, y con buenas intenciones, pero sus talentos administrativos y sobre todo su carácter poco concilante y al mismo tiempo muy fácil de dejarse dirigir no los creía en armonía con su posición; sin embargo, cuando supe su elección a la presidencia [sic: gobernación] no dudé que su administración tuviere un feliz resultado, si como me lo persuadí, se rodeaba de 139 hombres de probidad y talentos; pero ¿cuál sería mi sorpresa cuando supe que la flor y nata de la chocarrería pillería, de la más sublime inmoralidad y de la venalidad la más degradante, es decir, que el ínclito y nunca bien ponderado Enrique Martínez había sido nombrado a uno de los ministerios? Desde este momento empecé a temer por el país, pero aún me acompañaba la esperanza de que los otros dos ministros (aunque para mi desconocidos) si se respetaban un poco, pondrían un dique a las intrigas y excesos de su colega y manifestarían a Balcarce la incompatibilidad de la presencia de un hombre como Martínez con la opinión y honor de todo gobierno: pero estas esperanzas desaparecieron completamente al ver que estos ministros fueron reemplazados por los doctores Tagle y Ugarteche: con esta trinidad no me quedó otra cosa que hacer que entonar el oficio de Agonizantes por nuestra desdichada Patria, pero como en este miserable mundo todo se halla compensado y según el adagio no hay mal que por bien no venga, yo creo que los últimos acontecimientos van a poner fin a los males que nos han afligido desde el año diez y que a nuestra patria se le abre una nueva era de felicidad, si como creo la nueva administración marcha con un paso firme y no olvidando los 24 años de ensayos en busca de una libertad que jamás ha existido. Me explicaré.

           Es preciso convenir que hay una cosa que trabaja sin cesar los nuevos Estados de América y que les impide gozar los bienes anexos a la tranquilidad y orden: unos lo atribuyen a la transición repentina de la esclavitud a la libertad; otros a que las instituciones no se hallan en armonía ni con la educación que hemos recibido, ni con el atraso en que nos hallamos – pues la idea de mandar y obedecer, y al mismo tiempo ser vasallo y soberano, supone conocimientos que no pueden esperarse de una nación en su infancia-; algunos a la desmoralización, consecuencia de una revolución que todo lo ha trastornado; no falta [q,..ien] dé por causa 140 el espíritu belicoso que imprime a toda nación una guerra dilatada&&. Todas estas causas pueden contribuir muy eficazmente; pero en mi pobre opinión lo que prolonga esta serie de revoluciones es la falta de garantías que tienen los muchos gobiernos; es decir, que éstos dependen del capricho de tres o cuatro jefes, a los que con degradación tienen que contemplar y adular; o a la masa del bajo pueblo de la capital, veleidosa por carácter y fácil de extraviar por un corto número de demagogos. Esto lo comprueba las frecuentes revoluciones de la fuerza armada, como la tentativa del doctor Tagle en el año 23, en que sólo 180 pillos estuvo en el vuelco de un dado de derribar un gobierno que es menester confesar fue el más popular en Buenos Aires en aquella época.

           Ahora bien, ¿cuál es el medio para proteger y afirmar estos gobierno y darles el grado de estabilidad tan necesaria al bien de esos habitantes? Los últimos acontecimientos han decidido el problema y en mi opinión de una manera decisiva. Demostración: el foco de las revoluciones, no sólo en Buenos Aires, sino de las provincias, han salido de esa capital: en ella se encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, de los que no viven que de trastornos, porque no teniendo nada que perder todo lo esperan ganar en el desorden; porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades se procuran satisfacer sin reparar en los medios; ahí es donde un gran número de individuos quiere vivir a costa del Estado y no trabaja. Estos medios de discordia que encierra la capital deben desaparecer en lo sucesivo, sin que sea necesario derramar una sola gota de sangre y sin tener un solo soldado de guarnición. Que sepan los díscolos y aún los cívicos y demás fuerza armada de la ciudad que un par de regimientos de milicias de la campaña impide la entrada de ganado por sólo 15 días y yo estoy bien seguro que el pueblo mismo será el más interesado en evitar todo trastorno, so pena de no comer, y esto es muy formal. Se me dirá que el que tenga más ascendiente en la campaña será el verdadero jefe del Estado y en este caso no existirá el orden legal. Sin duda señor don Tomás esta es mi opinión, por el principio bien simple que el título de un gobierno no esté asignado a la más o menos liberalidad de sus principios, pero si a la influencia que tiene en el bienestar de los que obedecen: ya es tiempo de dejarnos de teorías, que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades: los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos. ¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de Libertad, si por el contrario se me oprime? ¡Libertad! Désela V. a un niño de dos años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche de navajas de afeitar y V. me contará los resultados. ¡Libertad! para que un hombre de honor sea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan y si existen se hagan ilusorias. ¡Libertad! para que si me dedico a cualquier género de industria, venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un bocado de pan a mis hijos. ¡Libertad! para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja por vía de especulación hacer una revolución y quedar impunes. ¡Libertad! para que sacrifique a mis hijos en disensiones y guerras civiles. ¡Libertad! para verme expatriado sin forma de juicio y tal vez por una mera divergencia de opinión. ¡Libertad! para que el dolo y la mala fe encuentren una completa impunidad como lo comprueba lo general de las quiebras fraudulentas acaecidas en esa: Maldita sea la tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona. Hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen tirano y me proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad. Tal vez dirá V. que esta carta está escrita de un humor bien soldadesco. V. tendrá razón pero convenga V. que a 53 años no puede uno admitir de buena fe el que se le quiera dar gato por liebre.

          No hay una sola vez que escriba sobre nuestro país que no sufra una irritación. Dejemos este asunto y concluyo diciendo que el hombre que establezca el orden en nuestra patria: sean cuales sean los medios que para ello emplee, es el solo que merecerá el Noble título de su libertador.

          Mi salud sigue bastante bien: aunque de tiempo en tiempo sufro algunos ataques de nervios, que espero desaparecerán este año a beneficio de los baños de mar que tomaré el próximo verano.

           Como siempre su invariable amigo

José de San Martín

Mis recuerdos a los amigos Pintos, Viamonte, López y los Luzuriaga.

Pasquali, T. (2000). San Martín confidencial: Correspondencia personal del Libertador con su amigo Tomás Guido (1816-1849). Planeta,p.273-277. Es tomado este trabajo en: Documentos para la Historia del Libertador General San Martín [DHLGSM], 2023.Tomo XX, 1° de la Segunda Serie, Carta 89, pp. 139-143).

Extractos clave que resuenan en su pensamiento

Como habrás podido apreciar, la profundidad de esta carta de San Martín permite múltiples interpretaciones. Cada línea abre caminos hacia distintas capas de su sentido de ver el todo, y cada párrafo merece ser leído con pausa, con atención, con el respeto del peso de su pluma. Yo he decidido centrarme en esa frase que lo lleva a maldecir lo más sagrado: la libertad. Desde ahí, intentaré mostrarte la arquitectura emocional, ética y espiritual que sostiene sus palabras. Porque lo que dice no es solo un juicio histórico: es una advertencia atemporal. Te invito a llevar sus palabras a tu propia vida. Leé esta carta no como testigo del pasado, sino como espejo del presente, y vas a ver —te lo prometo— que hay una parte tuya que se reconoce, que se estremece, que despierta.

Un escrito profundo

“…24 años de ensayos en busca de una libertad que jamás ha existido.”

La libertad como proceso fallido
San Martín desmitifica la libertad como un acto declarativo (independencia formal) y la redefine como un proceso inacabado de construcción material y ética. Los «24 años de ensayos» aluden al período posrevolucionario (1810-1834), donde las nuevas repúblicas —pese a su retórica libertaria— reprodujeron estructuras de dominación (centralismo, caudillismos, exclusiones sociales, poder, control, guerras intestinas, etc)

Crítica a los liderazgos
La frase delata su escepticismo hacia una clase dirigente incapaz de encarnar los ideales revolucionarios. Para él, la libertad exigía:

Virtud cívica: Gobernantes que antepusieran el bien común al poder personal (el profesó con el ejemplo)

Instituciones sólidas: Sistemas que garantizaran derechos más allá de voluntades individuales (te suena esto a lo largo de la historia Argentina?)

Paradoja fundacional
Al afirmar que la libertad «jamás ha existido», cuestiona el relato épico de la Independencia: no basta con derrotar al colonizador si no se erradican las lógicas opresivas internas (el conflicto de la independencia)


“¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de Libertad, si por el contrario se me oprime?”

Crítica a la libertad abstracta:
Desenmascara la paradoja de una libertad retórica —vaciada de contenido real y utilizada como consigna demagógica— frente a una opresión concreta. La repetición mecánica del término («hasta la saciedad») expone su uso instrumental como herramienta de control ideológico.

Perspectiva del exiliado:
La voz que enuncia esta crítica habla desde el desarraigo: un país supuestamente libre (el de acogida) que niega en la práctica sus propios ideales, y un país abandonado (el de origen) donde sembró las bases de la libertad pero que ahora tampoco la garantiza. Esta dualidad genera una doble contradicción:

Externa: La libertad proclamada vs. la opresión vivida.

Interna: El fracaso de su propio proyecto emancipador al verse imposibilitado de ejercer esa libertad en ninguna de las dos realidades.

Ironía trágica:
La frase sintetiza el desencanto de quien, habiendo luchado por la libertad colectiva, experimenta su negación individual tanto en el terreno simbólico («palabra vacía») como en el material («se me oprime»).


¡Libertad! Désela Ud. a un niño de dos años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche de navajas de afeitar y V. me contará los resultados

Metáfora brutal e intencional

San Martín utiliza una imagen chocante (niño + navajas) para criticar la concepción ingenua de la libertad como mero acto declarativo. La comparación revela:

Riesgo de la libertad irreflexiva: Así como un niño no tiene la madurez para manejar navajas, un pueblo sin preparación política puede convertir la libertad en autodestrucción (ej.: guerras civiles, falsos dirigentes populistas, seudodictadores defensores de una falsa democracia. Te suena esto?).

Premonición: San Martín desnuda el peligro de una libertad prematura: sin educación, instituciones o líderes éticos, se convierte en un arma letal. Su metáfora del niño con navajas anticipa los fracasos poscoloniales, donde la independencia derivó en anarquía o tiranía. La verdadera libertad —nos dice— requiere madurez colectiva.

Detalles y citas que revelan su sentir

«Cada vez que escribo sobre nuestro país… sufro una irritación»

-Denota el dolor profundo que le provoca la decadencia moral y política de su tierra. Impotencia y desilusión.

«No hay mal que por bien no venga» y «los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos»


-Revela su visión práctica, realista y desengañada del proceso político. Ya no cree en teorías ni en ideales vacíos. San Martín, influenciado por su formación militar y el pensamiento ilustrado, acepta las adversidades como parte de un proceso mayor, las crisis como camino al progreso, pero exige acciones, no palabras.

San Martín y su pluralidad cultural

Hay algo profundamente humano en la forma en que San Martín escribe esta carta. Recordá que no era un hombre dado a escribir por gusto, pero cuando lo hacía, vomitaba lo que tenía guardado: sin filtros, sin adornos, con el alma en carne viva. Siempre me gusta remarcar que San Martín no tuvo estudios formales ni títulos académicos. No pasó por universidades, pero hizo lo que se debe hacer: leer, leer y seguir leyendo. Porque el verdadero aprendizaje es infinito, y no debería estar condicionado ni estigmatizado por ninguna forma de institucionalidad.

Y ya que hablamos de libertades, ¿qué es leer, si no una forma de ser libre? Ampliar tu capacidad de lectura es romper barrotes mentales, es abrir horizontes, salir de las cárceles impuestas. Por eso quiso fundar bibliotecas públicas: para que el conocimiento estuviera al alcance de todos, sin permisos ni privilegios. Para que la libertad empezara por ahí.

San Martín no escribe desde un pedestal ni con la frialdad del cálculo político. Escribe desde su carne, desde su memoria, desde su verdad. Aún desde París, con los años y el silencio a cuestas, su lenguaje conserva calle, cuartel y café amargo. No busca pulir un estilo; busca que lo entiendan. Que se sienta su decepción. Que cale su dolor.

En su polifacética experiencia usa adagios y dichos populares como quien suelta una verdad irrefutable:


“No hay mal que por bien no venga”, dice, no para consolar, sino para señalar que a veces el caos es necesario para que algo nuevo nazca. Y cuando afirma:
“A 53 años no puede uno admitir de buena fe el que se le quiera dar gato por liebre”, no está haciendo una broma: está marcando el límite de su paciencia. Esa frase no está escrita por un general, sino por un hombre que ha vivido demasiado como para dejarse engañar.

Estas expresiones no son simples adornos de época. Son anclajes culturales. Usa estos refranes como recursos ejemplificadores, para sostener sus argumentos de descargo hacia lo que le molesta o necesita sacar afuera.
¡Cuánto dicen los dichos..! caben en cualquier época y situación. Son como adivinanzas vivas que enseñan, previenen y se heredan. En ellos no solo se cifra un lenguaje, sino también su memoria, su astucia, su dolor y su esperanza. San Martín los elige con intención, con sabiduría, como quien sabe que el verdadero poder de una palabra está en su verdad compartida. Ese léxico popular —vivo, hondo, eterno— no es un recurso menor: es una herencia espiritual. Y su uso no achica al prócer, lo engrandece. Lo vuelve más humano, más real, más nuestro. Como le digo a los pibes, «San Ma» es PLURAL! Por eso es el más grande!

Y entonces llega una frase, desgarradora, como un látigo seco:


“Maldita sea la tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona.”

Ahí, en esa línea, San Martín se quiebra. No como figura pública, sino como hombre. Como hijo. Invoca a su madre no para apoyarse en la ternura, sino para anclar su palabra en un juramento de verdad. Es una forma de decir: “esto no es estrategia, esto me sale del alma”. Esa expresión —“el hijo de mi madre”— lo despoja de títulos y lo devuelve a su esencia más íntima. A un hombre que no quiere ser cómplice de una mentira disfrazada de libertad.

Porque no está maldiciendo la libertad verdadera. Está maldiciendo su prostitución. Su caricatura. La falsa libertad que oprime, que arruina vidas, que permite saqueos, que destruye la esperanza del que trabaja, que manipula, que hace a unos ricos y a otros pobres, que controla que somete y deja impunes a los que especulan con la vida de los «otros».[ La puta madre escribo esto y parece ser que después de 200 años sigue pasando lo mismo. Cuanto cuento nos han metido en la cabeza!]

Ese “¡Maldita sea la tal libertad!” no es una renuncia al ideal: es un grito contra su traición. Es un clímax emocional, político y humano. Es el momento en que el Libertador se pregunta, acaso sin querer hacerlo: ¿para qué luchamos? ¿Para esto?

Y quizás ahí es donde nosotros, ahora, podamos volver a mirar esa palabra con ojos nuevos. ¿Qué libertad defendemos? ¿Qué libertad ofrecemos? ¿Estamos libres por dentro o somos esclavos de hábitos, de sistemas, de historias no resueltas? San Martín, con su desengaño, nos obliga a pensar.

Y nos recuerda que ser libre —de verdad— no es repetir eslóganes, sino vivir con integridad. Y para eso, a veces, hay que empezar por desatar las cadenas más invisibles: las de uno mismo.

La libertad que se gana con madurez

San Martín no abjuró de la libertad. No renegó de lo que tanto costó conquistar. Lo que hizo —con el alma en carne viva— fue advertirnos del riesgo de volverla una bandera vacía, un grito sin raíces, un permiso para el desorden. Su frase, tan dura como honesta —“¡Maldita sea la tal libertad!”— no es un rechazo al ideal, sino una denuncia a su tergiversación.

Para él, la libertad sin responsabilidad es caos, y la libertad sin orden es vulnerabilidad. No hay justicia si el hombre honesto vive oprimido mientras el oportunista se enriquece. La verdadera libertad no puede existir sin un marco ético, sin leyes que se apliquen, sin un pueblo que sepa lo que vale y lo que no debe permitirse.En sus palabras vemos el dolor de quien luchó por un sueño colectivo y presenció cómo, en manos inmaduras, ese sueño podía volverse pesadilla. San Martín no perdió la fe en el ideal, pero sí perdió la inocencia sobre los hombres. Y quizás por eso, su concepto de libertad es más hondo, más completo, más real.

No la ve como una consigna para marchas ni como una palabra sagrada que justifica cualquier cosa. La ve como un fruto que se cultiva con madurez, con disciplina, con servicio. Como un derecho que también es un deber. Como una conquista que se defiende día a día, no solo con armas, sino con valores.

Y entonces, quizás podamos entender que la verdadera libertad no es hacer lo que queremos, sino poder elegir lo que es justo, lo que es bueno, lo que construye. Y si aún hoy nos preguntamos qué significa ser libres, tal vez estemos más cerca de comprender que la libertad no es un concepto: es un verbo, una acción, un derecho. Algo que se vive y se se respeta con conciencia.

Reflexión

La libertad, en su forma más pura, no es un concepto político, ni un privilegio otorgado por leyes, ni un estandarte que flamea en los discursos. Es una vivencia interior, un estado del alma. Es esa respiración honda cuando uno siente que puede ser quien es, sin pedir permiso. Es la posibilidad de actuar, de pensar, de decidir con verdad. Pero más allá de eso, es el coraje de vivir sin las cadenas que uno mismo se impone. Porque el ser humano —en su historia y en su debilidad— ha hecho de la libertad un arma de doble filo. Se la gritó en revoluciones y se la usó como excusa para dominar. Se prometió en constituciones y se traicionó en las sombras del poder. Muchas veces, bajo la palabra libertad, se escondió el verdadero anhelo de controlar al otro, de manipular conciencias, de disfrazar con derechos lo que en el fondo era ambición, miedo o necesidad de pertenencia.Y sin embargo, ahí está: la libertad verdadera no puede ser entregada ni quitada, solo reconocida y conquistada desde adentro.

Porque no hay libertad exterior que valga si uno vive preso de sí mismo. Si tus hábitos te dominan, si tus miedos deciden por vos, si tu historia pasada te limita más que el presente… entonces no sos libre. Aunque vivas en el país más «democrático» del mundo. La libertad interior es una revolución silenciosa. Es el momento en que decidís dejar de repetir, de complacer, de correr sin sentido. Es el instante en que elegís soltar hábitos que ya no te representan, que ya no te nutren. Es cuando entendés que tu tiempo es sagrado, que tu energía vale, que podés decir que no, que podés cambiar, que podés empezar de nuevo.

Ser libre es dejar de huir de vos mismo. Y para eso hay que tener coraje. El mismo coraje que tuvo San Martín, cuando renunció al poder, cuando quemó sus cartas, cuando eligió el silencio y el exilio antes que la traición a sus valores. No buscaba la libertad como eslogan. La buscaba como dignidad. Como verdad.Por eso, cuando él escribe con bronca y desencanto “¡Maldita sea la tal libertad!”, no está negando el valor de ser libres. Está desenmascarando la trampa de una libertad sin justicia, sin orden, sin ley, sin humanidad. Esa falsa libertad que muchos usan para imponer, para dañar, para encubrir la falta de amor y de propósito.Y tal vez ese sea nuestro desafío hoy también: recuperar el sentido sagrado de la libertad, no como una bandera que se alza, sino como una llama que se enciende dentro. Una libertad que no se impone, que no se vende, que no se manipula. Una libertad que se vive, se honra, se cultiva… y se comparte.

Mi agradecimiento de siempre por compartir otro momento en este espacio de lectura. Ojalá sigamos recorriendo juntos este camino de redescubrimiento, no solo de San Martín, sino también de nosotros mismos. Porque si las letras se reducen a un simple texto muerto, atrapado en la anécdota, no dicen nada más que eso. Yo creo —profundamente— que San Martín es palabra viva, escrita con fuego.

Antes de irme, te dejo estas preguntas para vos, y para mí también: ¿somos realmente libres? ¿Luchamos por esa libertad cada día?

y ahora.. entendés porque SAN MARTÍN ES EL LIBERTADOR?
Un abrazo.



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