«Cuando San Martín conoció al hombre que sería Papa»
Por Eduardo Guidolín Antequera
Dentro de las múltiples capas que conforman la historia sanmartiniana, emergen personajes de trascendencia mundial que entran y salen de escena como si el destino hubiese tejido un guion que solo el tiempo pudiera revelar. En el contexto de la emancipación sudamericana, la «Santa Sede» buscaba reconfigurar sus vínculos con los nuevos sistemas sociales y políticos que comenzaban a nacer en América. Y allí, una vez más, aparece nuestro Libertador. Sin embargo, en medio de estrategias diplomáticas, gestos de cortesía y movimientos de poder, se produce un nuevo conflicto: en Buenos Aires había alguien que se convertiría en un enemigo en común, Bernardino Rivadavia. Hombre ilustrado, pero profundamente enfrentado al peso institucional de la Iglesia Católica Romana, se opondrá a su influencia y protagonizará tensos desacuerdos con los emisarios papales a comienzos de 1824, en el marco de la llamada reforma eclesiástica que él mismo proponía. San Martín, fiel a su estilo, no responderá con discursos públicos. Lo hará conociendo ambas partes y sabiendo que su influencia podría generar nuevos escenarios, pero optará por gestos y silencios que dirán mucho más.
Durante esos días de discreta presencia en Buenos Aires, San Martín se entrevistará en dos ocasiones con Monseñor Gian Muzi, jefe de la delegación papal, y conocerá también a uno de sus miembros: Giovanni Maria Mastai-Ferretti, quien con el tiempo se convertiría en el Papa “Pío IX”.
En este episodio reviviremos un fragmento antes del exilio eterno del General cargado de simbolismo. San Martín —lejano, silencioso, estoico— sigue apareciendo donde más se lo necesita. Su fama y su nombre ya trascienden fronteras: se lo menciona, se lo respeta, se lo admira. A través de sus cartas, de sus gestos, de sus vínculos, de su legado. Ya en 1824, San Martín es tiempo presente y también futuro. Años más tarde, quien se convertiría en Papa lo recordará al conocer a su hija, Mercedes.
Vení, que te cuento cómo fue aquel encuentro entre el Libertador y el futuro Papa. Porque hay momentos que, aunque parezcan secundarios, cargan el peso de una historia que aún nos espera para ser contada.
El Bosque, no sólo el Árbol
Siempre es importante comprender el contexto de cada situación; de lo contrario, nos limitamos a interpretar únicamente la anécdota, que en este caso posee múltiples aristas. Para fundamentar ese contexto, me apoyaré en el libro de Verdaguer, J. A. (1931), Historia eclesiástica de Cuyo (Tomo I), publicado en Milán por la Premiata Scuola Tipografica Salesiana.
Tomaré fragmentos del Capítulo XXVIII y resaltaré los detalles:
“Viaje del Vicario Apoatólico Mons. Juan Muzi y su tránsito por Cuyo.”
EL Papa Pío VII nombró por renuncia de Mons. Pedro Ostini, a Mons. Juan Muzi vicario apostólico de Chile; ejercía éste entonces, el cargo de auditor de la nunciatura de Viena. Se trasladó a Roma en donde recibió la consagración episcopal y fue instituido arzobispo in partibus infidelium de Filipos. Le fueron designados como acompañantes, el canónigo Juan María Mastai Ferretti, de los condes de Mastai como agregado, consultor y probable sucesor de Mons. Muzi y en calidad de secretario el Pbro. José Sallusti. El canónigo Mastai más tarde fué Papa con el glorioso nombre de Pío IX.
Al mismo tiempo que para Chile, recibió Mons. Muzi facultades para atender a las necesidades espirituales de las Provincias del Río de la Plata, y también del Perú, Méjico, Colombia y otras regiones […]
El día 20 de Octubre prosiguieron su viaje y el 1 º de Enero de 1824 llegaron a Montevideo, y desembarcaron en Buenos Aires, el día 4 del dicho mes de Enero en cuya ciudad permanecieron hasta el día 16 del mismo mes. Durante este tiempo recibió el vicario apostólico, grandes manifestaciones de veneración y el pueblo todo dió muestras evidentes de su religiosidad y adhesión a la Santa Sede, según lo describe el secretario de la Misión Pbro. José Sallusti diciendo:
«La mañana, la tarde y en todas las horas del día, el patio y las calles estaban siempre llenas de gente que, sin distinción de clase, dignidad, ni grados se agrupaba alrededor de Monseñor para recibir la apostólica bendición. Muchos buenos viejos, al besarle la mano, se la estrechaban al pecho con un diluvio de lágrimas; y el concurso era tal, que hubo necesidad de tener guardia a las puertas para impedir los inconvenientes. Y o no he visto jamás una aglomeración semejante, ni tantas manifestaciones exteriores de verdadera piedad y de religiosa adhesión al jefe de la Iglesia en Roma, como las que se hicieron en Bue nos Aires al Vicario Apostólico. El entusiasmo de piedad religiosa que se despertó en los fieles al regresar a Roma el gran Pontífice Pío VII después de su largo destierro, puede en algún modo compararse a la conmoción de Buenos Aires por el Vicario Apostólico. No puede decirse que esto fuese por cierto curiosidad; porque el Vicario Apostólico, de viaje como iba, no tenía ningún aparato de grandeza en los ornamentos episcopales, ni aire de majestad en su persona, lo cual tanto concurre a captarse el respeto y la veneración del pueblo. Por otra parte, todos los individuos de éste, se presentaban con objetos de devoción en las manos, y mientras más se procuraba alejarlos, tanto más aumentaba su muchedumbre. Así pues, el gobierno nos ordenó acelerar la partida por temor de alguna revolución popular. Cuando se divulgaron por la ciudad las órdenes del gobierno acerca de nuestra partida, el pueblo tuvo sitiada nuestra casa, día y noche; y muchos no quisieron irse a des pecho de las violencias que se les hicieron por los oficiales y los criados de la fonda, … Desagradaba mucho al gobierno de Buenos Aires aquella grande aglomeración del pueblo y que se presentara cada uno con crucifijos, rosarios, santitos y otros objetos de religión para hacerlos bendecir ; y cuando se supo acerca de esto la contrariedad del gobierno, precisamente entonces se aumentó excesivamente la concurrencia y multiplicidad de las sagradas imágenes y de otras cosas por bendecirse. Creció hasta tal punto la cosa, que también el Señor Cienfuegos se inquietó por ello varias veces delante de Monseñor: porque había el positivo temor de alguna revolución popular, contra la autoridad que a aquello se oponía …»
«Se notaban en el indicado concurso, como se ha dicho arriba, personas de todas clases y de todas las condiciones. El clero, por ejemplo, tanto el secular como el regular, y todos los señores de alguna distinción, repetidas veces se presentaron a rendir homenaje al Vicario Apostólico. El célebre General de Armada San Martín, que había conquistado todas aquellas provincias, Chile y gran parte del Perú. del dominio de la España, de puesta la grandeza de su gloria; dos veces se presentó a Monseñor, en traje privado, para saludarlo y felicitarlo por su llegada allá..»
No se portaron del mismo modo las autoridades de Buenos Aires con la Misión Apostólica, sino que muy al contrario desde el principio de su llegada, fué molestada de varias maneras por dichas autoridades, según lo refiere el secretario Sr. Sallusti:«El gobernador, dice, se fingió indispuesto y se marchó al campo para no vernos. El ministro de estado don Bernardino Rivadavia, recibió la visita del Vicario Apostólico en su casa con la mayor frialdad, y con verdadero desprecio recibió después al Sr. Cienfuegos y a los otros chilenos que fueron a saludarlo […]
(Verdaguer, 1931.pp. 851-854)
¿Estrategia o picardía?
Al leer este capítulo vas a poder entender mejor el contexto de aquella visita, los personajes que la rodean y las dos posturas tan marcadas de quienes, por esos días, ya eran grandes enemigos: Rivadavia y San Martín. Me resultó muy interesante detectar ese detalle sutil —pero revelador— en los gestos del Libertador, que se presentará ante los responsables de la comisión enviada desde Roma. Y es ahí donde uno se detiene a pensar en su brillante y perspicaz manera de actuar: a veces haciendo, a veces no haciendo, pero siempre dejando una huella para la posteridad.
Frente a la negativa de Rivadavia —ministro de Gobierno del entonces Gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez—, aparece San Martín, con una actitud opuesta: mostrando deferencia, cortesía y atención hacia las autoridades eclesiásticas. Una jugada brillante. No solo para ese momento, sino también para el futuro. Porque quienes escribieron sobre esta visita recordaron la presencia del General, su cordialidad y su compostura.
Una vez más, San Martín traza su estrategia incluso en lo más invisible. Y entonces, pensalo bien:
¿Fue ese un gesto calculado para contrarrestar a Rivadavia y su círculo, frente a la nefasta política de imposición que promovían?
¿Fue un acto de grandeza, como representante de la libertad de los pueblos, dejando en claro que el respaldo de la Santa Sede podía ser clave para la estabilidad futura?
¿O fue más bien un movimiento dentro de su propia campaña silenciosa de retiro, preparando el terreno para su partida y reforzando su imagen de Libertador ante el mundo?
Como decía Nietzsche: “A un enemigo se lo vence con otro enemigo.”
San Martín, sabiendo todo lo que Rivadavia le había hecho, quizás entendió que no necesitaba enfrentarlo directamente. Le bastó con dejarle un adversario poderoso: la Santa Sede, que no solo lo ignoraría a Rivadavia, sino que además manifestaría cierto desprecio hacia él y sus políticas.
¿Qué palabras elocuentes habrá compartido San Martín en aquellos dos encuentros con la delegación papal?
¿Vos qué pensás?

Para seguir oscureciendo
Debemos recordar, una vez más, que esto sucedía en el contexto del exilio del General San Martín. En 1823 partía nuevamente desde Mendoza rumbo a Buenos Aires, en un clima de recogimiento. John Lynch, en su obra San Martín: Soldado argentino, héroe americano (Editorial Crítica, 2009), nos brinda una valiosa escena de aquellos días, en la que se pone de manifiesto cómo la comitiva enviada desde Roma percibió dos posturas claramente opuestas entre los personajes principales de la escena local. Lo hacen, incluso, citándolos en primera persona
Datos de la Persona y luego del Papa

Giovanni Maria Battista Pellegrino Isidoro Mastai-Ferretti (Senigallia, 13 de mayo de 1792-Roma, 7 de febrero de 1878) fue el 255.° papa de la Iglesia católica y el último soberano de los Estados Pontificios.
En 1846, sería elegido como Papa Pío IX, el número 255 en la historia de la Iglesia Católica, y el último soberano de los Estados Pontificios. Su pontificado, que se extendió por 31 años, 7 meses y 22 días, ha sido el más largo documentado después del de San Pedro, y uno de los más significativos y polémicos de la historia moderna del catolicismo
Fe, poder y conflicto en un mundo en cambio
Pío IX asumió el pontificado en un mundo convulsionado por las revoluciones liberales, la unificación italiana y el colapso de las monarquías tradicionales. Su figura se volvió central en la lucha entre la Iglesia y el Estado moderno. Fue testigo directo de la pérdida del poder temporal de los papas, tras la anexión de Roma al Reino de Italia en 1870, lo que lo llevó a declararse “prisionero en el Vaticano”.
Durante su gobierno, promovió reformas doctrinales que marcaron un antes y un después en la Iglesia:
En 1854, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
En 1864, publicó el Syllabus errorum, una lista de condenas a las principales corrientes ideológicas de la modernidad: el liberalismo, el socialismo, el racionalismo y la secularización.
En 1869, convocó el Concilio Vaticano I, donde se definió, en medio de tensiones internas, la infalibilidad papal en cuestiones de fe y moral.
Además, impulsó un fuerte esfuerzo misionero en América, Asia y África, reafirmando el carácter universal de la Iglesia.

El papa Pío IX bendice a las tropas españolas enviadas en su ayuda por el gobierno de Narváez y desembarcadas en el puerto de Gaeta el 28 de mayo de 1849. Litografía a lápiz, Piedra de tinte, Iluminada sobre papel avitelado. Senén de Buenaga y Gamury, dibujante; Víctor Adam, litógrafo; Lemercier & Cie., impresor (colección del Museo del Prado)
Una figura entre la santidad y la controversia
La figura de Pío IX sigue siendo objeto de debate. Para unos, fue un pastor firme y espiritual, un papa que resistió con dignidad el avance del secularismo. Para otros, fue un líder intransigente y autoritario, cuya postura antimoderna alejó a la Iglesia de los vientos de cambio de su tiempo.Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II en el año 2000, junto a Juan XXIII, aunque su culto está limitado a diócesis italianas, motivo por el cual su figura pasa desapercibida en la Argentina, a pesar de haber estado aquí casi dos siglos atrás.
El reflejo de San Martín en el tiempo. Su hija Mercedes.
«Para comprender el impacto de San Martín en los años posteriores a su muerte, y conocer algunas vivencias de su familia —los San Martín-Balcarce— durante su estadía en Europa, comparto esta carta en la que Mastai-Ferretti, ya convertido en el Papa Pío IX, se encuentra con la hija del prócer.»
[Biblioteca Nacional- Sección Manuscritos.- Documento N°8904- Original manuscrito; papel común,· formato de la hoja 27 x 21 1/2 cm:; letra de M. Balcarce, interlineas 8 y 9 mm; conservación regular, tiene algunas roturas en el centro de la foja, 1; lo indicado entre paréntesis ( [ ] ) se halla testado, lo entre paréntesis ( ) y bastardilla está intercalado,· lo en bastardilla esta subrayado en el original. Se encuentra encuadernado cuyo rótulo dice: Felix Frías – I, 8.824 – 8.959” .]
Reflexión/ Conclusiones
Seguramente Mastai Ferretti recordaría a San Martín en aquella charla que tuvo con Mercedes, Mariano y sus hijas. Su paso por Argentina lo marcó profundamente: fue una experiencia que le permitió conocer al General San Martín y recorrer sitios que formaban parte de su historia, como su amada Mendoza. De hecho, en uno de los lugares donde se detuvieron fue en «El Retamo», y estos viajeros describieron esta posta y paraje del camino de carretas como uno de los mejores de Mendoza. Relataron sus cultivos, el agua, el río Tunuyán, la vista de la cordillera, y destacaron el trato de la población y el afecto que allí recibieron y hasta tuvieron la posibilidad de celebrar una santa misa en una pequeña capilla. Quizás eso los hizo sentirse más cerca.
¿Le habrá comentado Mercedes sobre estas tierras? ¿O tal vez Balcarce, que tuvo la posibilidad de visitar la hacienda del Libertador años antes? Son conjeturas que surgen ante lo que no tenemos como dato concreto. Lo valioso de esta recopilación es poder ver a los personajes en la línea del tiempo, sus vínculos, y el peso de la historia misma al reconocer la importancia de los involucrados y cómo, aún hoy, esas situaciones pueden volver a conectarse.
Pío IX es, sin dudas, una figura conflictiva y polémica dentro de la historia eclesiástica. Por esas cosas del destino, se topó con San Martín: un personaje expansivo en sus conocimientos. Por eso podemos inferir que su acercamiento a la comisión de la Santa Sede pudo haber sido más una estrategia que una expresión de fe plena hacia la Iglesia, ya que su profundidad era mucho mayor de lo que se percibe a simple vista. Pío IX sostuvo una fuerte conspiración contra las logias y la masonería. ¿Podemos vincular a San Martín con ese mismo camino? Las pruebas son más que suficientes.
Como siempre te digo, intento ofrecerte pistas para que vos mismo deduzcas cuánto misterio encierra el enigmático San Martín. ¿Creía en Dios? Sí. Pero no estoy seguro de cuánto creía en las instituciones. Su acercamiento a pocos días de abandonar suelo argentino no parece ser más que otra jugada dentro de su propia estrategia. ¿Cuál? Esa que aún seguimos intentando conocer. Porque —aunque algunos digan que ya todo está dicho sobre San Martín— lo cierto es que nadie ha logrado armar completamente el rompecabezas. Quizás podamos hacerlo si alguna vez nos animamos a contar el todo por el todo en torno a su vida.
Para cerrar, podemos afirmar que el Libertador de América conoció al primer futuro Papa que pisó suelo argentino. Y aunque vivimos tiempos de cambio —mientras la humanidad sigue atenta a los movimientos de la Iglesia Católica a nivel mundial—, quise traer a escena a San Martín junto a la figura papal, citando a uno de los personajes más disruptivos de este proceso, que ha condicionado a gran parte de la población mundial en nombre de Jesucristo.
Sin embargo, no me olvido de que bajo ese mismo lema vinieron a conquistar el Nuevo Continente. Y aquí surge, como siempre, mi pregunta: ¿la conquista se fue? ¿Se enmascaró? ¿O el conquistador mutó y se adaptó?
Libertad… como dije en el episodio anterior: Maldita libertad. ¿A este le cabría decir: Bendita libertad?
Mi agradecimiento de siempre para quien lee, reflexiona —esté o no esté de acuerdo— con estos escritos. Si todos pensáramos igual, sería un fracaso total el intento de exponer quiénes somos y quiénes queremos ser.
Mi abrazo sincero de siempre.


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