«San Martín debía ser asesinado»
Por Eduardo Guidolín Antequera
Cada pasaje de la vida de José de San Martín merece un exhaustivo ejercicio de revisionismo. Lo que se ha contado fue, en muchos casos, lo necesario, lo que “convenía” decir. La historia —esa que debía escribirse para el futuro—, en algún punto, deja de proyectarse y se convierte en presente. Y cuando eso ocurre, cuando el presente interroga al pasado, aparece la necesidad de reinterpretar, de cuestionar lo establecido. Entonces los personajes ya no reaparecen como héroes impolutos o villanos de manual, sino como seres humanos reales, con sus contradicciones, sus luces y sus sombras.
La educación y la cultura, que deberían ser canales genuinos de movilidad ascendente y crecimiento colectivo, siguen siendo herramientas direccionadas. Se nos impone “lo que hay que saber”, como si existiera una única versión válida de los hechos. El vértigo de los tiempos actuales parece no permitirnos detenernos a cuestionar la historia oficial ni a considerar otras lecturas posibles de los mismos sucesos. Como si repensar lo heredado fuera un acto de traición, y no de libertad.
En ese contexto, la figura de José de San Martín resulta especialmente reveladora. Lo triste —y a la vez indignante— es comprobar cómo quienes lo traicionaron en vida siguen hoy vigentes, elevados a los altares de ciertos sectores privilegiados de la Argentina. Oligarquías que se visten de república, pero cargan sobre sus espaldas un legado de exclusión, traición y discurso vacío para su propia supervivencia.
Porque sí: hubo personajes concretos, con nombre y apellido, que querían ver muerto a José de San Martín. Lo odiaban, lo conspiraban, lo veían como un obstáculo. Y no hablamos solo de enemigos externos: hablamos de compatriotas, de supuestos aliados, de quienes compartieron su mesa y luego tejieron su marginación. Algunos construyeron su propio legado a su costa. Otros escribieron la historia oficial desde la traición.
Por eso este episodio se titula: “San Martín debía ser asesinado.”
Porque la intención de eliminarlo no fue solo física —aunque también lo intentaron—, sino simbólica. Como no pudieron matarlo en carne, buscaron matarlo en la memoria. Y al no lograrlo del todo, tejieron una red de silencios, omisiones y tergiversaciones que aún hoy perdura.
Se construyó así un relato que preservara el pensamiento hegemónico de unos pocos, un relato impuesto y moldeado a la medida de intereses mezquinos.
¿Los nombres? Los de siempre: Rivadavia, Alvear, Rodríguez, Sarratea, etc
Hoy, además, hablaremos de los hermanos chilenos: “Los Carrera”. Después de este necesario descargo, te invito a que avancemos.
Vamos a identificar a los hermanos de sangre y a los hermanos del odio en torno a San Martín.
Los sicarios franceses: la conspiración que pudo cambiar la historia de América
En los sótanos de la historia, donde se urden las verdaderas traiciones, un grupo de mercenarios franceses estuvo a punto de cambiar el destino de América.
Carlos Robert, no era un simple aventurero: fue una pieza clave en una conspiración con varios tentáculos que involucraba a algunas de las mentes más brillantes y peligrosas del momento.
Según los documentos de la época:
“Mr. Carlos Robert había sido prefecto del Departamento de la Nièvre en Francia, durante la época imperial. Se titulaba coronel. Tenía una educación bastante cuidada, algunas aptitudes literarias y un carácter impetuoso. Era poco avenido y rebelde; todo le fastidiaba pronto, y como era apasionado, estaba expuesto a frecuentes arranques y a ideas visionarias que lo inclinaban a ser un aventurero. Mucho más en la situación desgraciada de emigrado y sin ninguna aptitud para el trabajo personal, pues no había sido jamás otra cosa que empleado, administrador.”
Este hombre, hoy casi olvidado, fue parte de un engranaje siniestro que pretendía alterar el curso de la historia de nuestra independencia.
Muchos de los implicados en aquella red —algunos de los cuales hoy son admirados en estatuas, nombres de calles o instituciones— formaban parte del decorado hipócrita de esa «Argentinidad al Palo» que aún arrastramos.
Los cerebros del complot
Bernardino Rivadavia —perdón, Don Bernardino, pero ya ve que esto es personal, porque usted no es trigo limpio, aunque los unitarios insistan en venerarlo— aparecía en los márgenes de esta historia. Fue él quien, durante su exilio en Europa, reclutó a Carlos Robert con promesas de gloria en América.
Aunque luego se haya desmarcado del complot, su patrocinio inicial del francés deja abiertas esas preguntas incómodas que aún hoy incomodan a la historia oficial.
Carlos de Alvear, el falso General Argentino caído en desgracia, soñaba con un golpe maestro: eliminar a San Martín, derrocar a Pueyrredón y erigirse como el nuevo líder de las Provincias Unidas. Su odio no era solo político; era personal. Había sido superado y desplazado por San Martín, y su ambición no conocía límites.
José Miguel Carrera, el caudillo chileno, añadía su propia venganza al mix. Recordemos que cuando cayó la Patria Vieja Chilena, no quiso ponerse bajo las órdenes de José de San Martín quién había sido designado como Gobernador Intendente de Cuyo y de ahí su eterno odio, sumado al fusilamiento de sus hermanos en Mendoza. Exiliado y humillado, planeaba asesinar a O’Higgins, recuperar Chile y luego aliarse con Alvear para dominar el Cono Sur. Sus contactos con los portugueses en Montevideo y sus agentes infiltrados en Buenos Aires hacían de él un enemigo formidable.
Michel Brayer, el general bonapartista que servía de enlace con los círculos europeos .Se trata de la decisión de San Martín de echar por cobardía de las filas del ejército antes de la batalla, al general francés Michel Brayer, ingresado al ejército con honorables títulos. Recordemos la frase lapidaria que le diría San Martín a este nefasto personaje:
“Señor general, el último tambor del ejército tiene más honor que V.S.”.
(ya le dedicaremos un apartado especial a Don Brayer)
El Complot
Revista del Río de la Plata. Periódico mensual de historia y literatura de América. Publicado por Andrés Lamas y Juan María Gutiérrez. Tomo IX. Buenos Aires: Imprenta y Librerías de Mayo, calle de Moreno 241 y Perú 64, 1874. (página 262-263)
La red de sicarios
Vamos a conocer a los muchachos enviados para el trabajito. Robert no actuaba solo. A su alrededor se movían:
Lagresse, el intermediario que mantenía la comunicación entre los conspiradores
Young y Mercher, exoficiales napoleónicos expertos en operaciones encubiertas
Mariano Vigil, el contacto chileno que debía facilitar el acceso a O’Higgins
«Los siete pasos del crimen»
La operación encubierta para desatar el caos en el corazón del proyecto emancipador.
1-Robert y su equipo viajarían a Chile como comerciantes
2-Vigil les proporcionaría acceso a los círculos de poder
3-Eliminarían a O’Higgins primero, provocando el caos
4-Luego atacarían a San Martín, quizás durante alguna recepción oficial
5-Mientras, Carrera invadiría nuevamente Chile desde Mendoza con mercenarios y aliados
6-Alvear y su sequito daría su golpe en Buenos Aires aprovechando la confusión
7-Brayer, traidor consumado, ofreció la información clave sobre el entorno de San Martín y O’Higgins gracias a su acceso privilegiado.
Los odios comunes contra
San Martín
Acá quiero detenerme, porque —aunque te parezca tragicómico— todavía existen unitarios que defienden a Rivadavia; Alvearistas convencidos, y hasta Carreristas nostálgicos.
A ver, gente: ¿de verdad aún quedan personajes que siguen reivindicando a estos muchachos? Bueno… sacá tus propias conclusiones. Mirá cómo estamos mientras repasas la historia, y nuestro Presente!
La historia es circular. Y cuando no se comprende, cuando no se quiere mirar con honestidad, las piezas se acomodan solas, como fichas de un viejo rompecabezas que se arma siempre igual. Entonces, la historieta se repite… y se seguirá repitiendo.
Ojalá este siglo XXI sirva para romper esa rueda impuesta por la oligarquía porteña de siempre. Que otras voces puedan contar otras verdades. Que señalemos, sin miedo, a los verdaderos hipócritas y a los nefastos falsos próceres que aún hoy figuran en los altares patrios.
Reitero: el sillón presidencial que lleva el nombre de Rivadavia…
Te dejo un link para que veas, pues la otra gran mentira el Sillón donde se sientan los Presidentes NO ES EL DE RIVADAVIA!
Las avenidas principales de Buenos Aires y el país, los nombres de Ciudades y Departamentos..
Ah..y no nos olvidemos del monumento ostentoso de la ciudad de Buenos Aires dedicado a Carlos María de Alvear.

¿Es joda esto?
Parece que no… porque aún están ahí. No solo con elementos que los recuerdan con Ideologías y Discuros impuestos. Argentinos debemos empezar por el principio para dar educación y valores, NO MENTIR, NO ENGAÑAR, NO MANIPULAR!
Me viene a la memoria la frase de San Martín a Godoy Cruz: «Si yo fuese Diputado»… Espero que en esos recintos alguna vez se dejen las bases de la Ciudadanía Argentina, y se modifique lo que se tiene que modificar!
Pero no todo es malo..vení que te sigo contando sobre los asesinos a sueldo.
Siempre hay una ayuda para las causas mayores
A los cinco días de la partida, una persona muy conocida en la ciudad —según consta en el proceso— se presentó con suma reserva ante el Director Supremo (Pueyrredón). Le pidió, bajo palabra de honor, que jamás revelara su nombre ni lo hiciera aparecer como denunciante. Entonces, le dijo:
«Que, movido por la conciencia, por el interés que le inspiraba el orden público y por la necesidad de evitar un crimen horrendo, venía a declarar algo grave…»
Todo se vino abajo por un detalle mínimo: una carta interceptada en la que Mr. Robert, con soberbia imperial, hablaba de “eliminar a dos hombres”.
La frase fue suficiente.
Cuando Juan Martín de Pueyrredón ordenó su captura, Robert intentó resistirse. En el forcejeo, cerca de la Guardia de Luján, su cómplice Young cayó muerto.
Luego vinieron las confesiones, una a una, como piezas de dominó revelando la magnitud del complot.
Lo que parecía una aventura personal se mostró, en realidad, como una red de conspiraciones con varios puntos articulados, alianzas dudosas y nombres demasiado comprometidos.
La confesión del Director
Carta del Director Supremo, Brigadier Juan Martín de Pueyrredón, al General en Jefe de los Ejércitos Unidos, Coronel Mayor José de San Martín, en la cual se congratula por el apresamiento de la fra gata María Isabel en Talcahuano, explica la conducta de Zañartú e in -forma el descubrimiento de un complot patrocinado por Miguel Carrera, para eliminar a San Martín y O’Higgins; conspiración en la que están comprometidos algunos franceses y Javiera Carrera. Buenos Aires, 24 de noviembre de 1818].
Miguel Zañartu ratifica la emboscada
En el cumplimiento de su misión diplomática, el representante chileno en las Provincias Unidas remitió una carta a O’Higgins, fechada el mismo día, en la que le revelaba los detalles del complot.
Archivo de don Bernardo O’Higgins (pp. 179–180). Imprenta Universitaria. Comisión Directora: Donoso, R., Eyzaguirre, J., Feliú Cruz, G., Pereira Salas, E., & Valencia Avaria, L. (1949).
El resultado: la muerte
En documentos de época figura el final de los sicarios:
Nóta—Fue executada la sentencia en 3 de Abril del año presente, después de haber proporcionado á los reos los auxilios de la religión católica, qué quisieron recibir. – Pidieron comer juntos en la víspera, y se les concedió. No fueron; ahorcados, sino fusilados. Se, ha permitido a sus paisanos enterrarlos en la iglesia de la Merced con la mayor pompa funeral.
Otra– En una de las cartas, que escribieron desde la capilla despidiéndose de sus parientes, y amigos, dice Robert a su madre que se le ha negado el triste consuelo de abrazar por despedida a su pobre amigo Lagresse, qnando por muchas horas comieron, bebieron, y brindaron juntos. En otra dice Lagresse a su familia, que quando vino a este pais, estaba muy distante de meterse en cosas de gobierno; pero que su destino lo ha ingerido en ellas. Dice que muere inocente: pero él ha confesado su delito, y apelado por toda defensa al arrepentimiento.
Resumen documentado de la causa criminal seguida y sentenciada en el tribunal de la Comisión Militar de esta capital contra los reos Carlos Robert, Juan Lagresse, Agustín Dragumette, Narciso Parchappe y Marcos Mercher, por el delito de conspiración contra las supremas autoridades de las Provincias Unidas y de Chile en Sudamérica. Buenos Aires: Imprenta de La Independencia, 1819.
Conclusiones
En este episodio quise desentrañar una historia que, lejos de ser solo un complot, tiene mucho más peso del que te imaginás. Porque estos nombres —los que estuvieron detrás del plan— siguen vigentes. No solo en los libros: en el pensamiento colectivo de ciertos sectores, que con total libertad siguen defendiendo esos “ideales”… o mejor dicho, intereses. Los sicarios franceses y el resto de los cómplices enjuiciados eran los que debían cumplir el trabajo sucio, sin embargo como siempre intento es demostrar y visibilizar todas las caras, de todos los implicados y los actores intelectuales son los más peligrosos, es como sucede siempre: que no te preocupen los que ves, sino los que no ves y están en las sombras!
Quisiera preguntarte frente a estos hechos:
¿Te cabe alguna duda de que el Directorio actuó bien?
Y lo más perturbador: ¿Cómo es posible que todavía haya Unitarios que defienden a Alvear, a Rivadavia, y a los Carrera, mientras acusan entre otros a Luzuriaga, Los Corvalán y a todos los hombres y mujeres que se atrevieron a defender en vida a San Martín?
Me resulta difícil de entender que la historia —y los oradores— aún no se hayan encargado de poner cada pieza en su lugar. Se sigue defendiendo lo indefendible. Asesinos, vendepatrias, falsos líderes, venerados por ellos mismos y aplaudidos por seguidores ciegos al discurso.
«San Martín, perdónalos.
No saben lo que hacen«.
Cuando decidí titular este episodio “San Martín debía ser asesinado”, no me refería solo al pasado. Aún hoy hay quienes —con sus discursos, sus omisiones y su arrogancia— siguen queriendo matarlo. No con armas, sino con silencio, con manipulación, con apropiaciones indebidas de su legado.
Pero tranquilo, General…
Mientras quede un Sanmartiniano de pura sangre en pie, tu nombre retumbará en los ecos de la gloria eterna.
Esta línea de tiempo está llena de detractores y de nefastos. Pero también está llena de esperanza.Para despedirme, te dejo una nueva pregunta:
¿Defenderías a San Martín si quisieran asesinarlo hoy?
Perdón, reformulo:
¿Defendés a San Martín de los que hoy siguen matándolo simbólicamente?
Es más complejo el asunto, porque incluso muchos de los que se golpean el pecho hablando de él… lo matan lentamente. Porque se ponen en su lugar, como direccionadores del único relato (como si fuese una verdad absoluta). Y eso es demasiado. Y otros lejos de defender estas causas de cambio, solo se animan a contar fragmentos de su historia y lo mas triste es que se escudan en las instituciones para hablar de él.
En singular, nunca, muchachos.
En plural, siempre.
Por el bien mayor.
Sino nunca entendieron la doctrina sanmartiniana.


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