«Don Tomas, Usted tiene la culpa»
Por Eduardo Guidolín Antequera
Los detalles marcan la diferencia
En el rico intercambio epistolar que sostuvieron Tomás Guido y José de San Martín durante los años de ostracismo, quiero detenerme en un aspecto preciso: la confesión de uno y la respuesta del otro.
San Martín no dejará pasar el infortunio; lo hará propio. Lo señala con fuerza, casi en un punto y aparte, como quien subraya lo esencial. Allí queda expuesta la importancia que, desde su mirada, tenía aquel hecho. ¿Y qué es eso que tanto lo incomoda, que lo irrita hasta la impotencia, y cuya pérdida termina atribuyendo a Guido?
Ese rastro oculto en las cartas, ese lamento repetido, abre una puerta inesperada: la del valor de lo perdido, lo irrecuperable, lo que nunca volvió a escribirse de nuevo.
«Párrafos con lupa»
De la carta que Guido envía a San Martín se desprende un verdadero crisol de datos: personales y públicos, íntimos y políticos. Es como si ambas dimensiones —la vida privada y la vida pública— jamás hubieran podido escindirse del todo. En la confesión de confianza que ambos se profesaban, lo dicho revela más de lo que se lee a simple vista, siempre que se lo observe con otros ojos.

La carta Amplificada
En lugar de limitarme a presentarte la carta, te invito a recorrerla desde una mirada ampliada, deteniéndonos en los temas que Guido pone en juego. La misiva, enviada desde Buenos Aires el 11 de marzo de 1827, es mucho más que un simple intercambio epistolar: es radiografía de una época, confesión íntima y, al mismo tiempo, espejo de una América convulsionada. Su portador no es otro que Hilarión de la Quintana, el tío entrañable del General, cuya sola presencia enlaza a los dos amigos en un tejido de confianza, lealtad y memoria compartida.
Guido abre con lo personal:
(ver más adelante)
De inmediato pasa al tablero mayor: el Río de la Plata.
La victoria de Ituzaingó, dice, fue más un triunfo parcial que una gloria definitiva. Advierte que, aunque el prestigio exterior ha crecido, por dentro la política se derrumba en una “bancarrota” que desnuda la fragilidad de las instituciones.
Las guerras civiles no quedan fuera de su mirada.
Sobre las provincias del Norte escribe: “La guerra civil entre las provincias de Salta, Tucumán, Santiago y Catamarca ha tomado ese carácter devastador…”. La violencia es un azote, pero —cree Guido— puede ser también un “consejero” que, tarde o temprano, obligue a restablecer el orden.
El juicio sobre Carlos María de Alvear es punzante:
“Este caballero no ha podido aún inspirar bastante confianza para tranquilizar a los hombres pensadores…”. En mi lectura, Guido desenmascara el peligro de los ambiciosos: Alvear se alza en su carta como un fantasma de 1815 que todavía amenaza la estabilidad en busca de sus beneficios.
(Ay Carlitos siempre te quedaron grandes los rangos y los títulos).
Cuando le toca hablar de Bolívar, el contraste con San Martín es inevitable.
Le escribe sin rodeos: “El fanático desprendimiento de Ud. (aunque muy prematuro y ruinoso…) al lado de la más desembozada ambición de mandar…”. Más adelante sentencia: “Todos sus actos después de la disolución del Congreso del Perú forman una serie de errores que lo conducen a su ruina si no se detiene en la carrera…”. La carta es, en este punto, casi un alegato: Bolívar, enceguecido por el poder, se dirige a la decadencia; San Martín, desprendido y silencioso, queda enaltecido por contraste. Algo que aún debemos seguir poniendo en valor de la gran diferencia entre un Libertador y el otro.
Chile tampoco escapa de su pluma crítica:
“Siempre estacionario en sus antiguos males… Hace poco que acaba de escapar de una de las revoluciones preparadas con más escándalo y conducida con menos habilidad…”. El diagnóstico es claro: inestabilidad estructural.
Y en medio de tanto panorama convulsionado, Guido se detiene en lo más humano:
“Ha colocado (Bolívar) el nombre de Ud. en el Perú en la elevación más eminente”. Lo reivindica, lo eleva, y se atreve a pedirle lo que muchos deseaban: “Yo no quisiera ver a Ud. consumir sus años fuera de la América”. Es la voz de un amigo que clama por el regreso del ausente, sabiendo que su presencia podía torcer destinos.
Finalmente, el duelo:
“Entre las víctimas de la batalla de Ituzaingó, es de las más ilustres el coronel Brandsen. La Patria ha perdido en él un brillante jefe y un amigo verdadero”. Aquí Guido se muestra más íntimo, compartiendo con San Martín la pena de una pérdida común.
Vamos por el principio
Como suele suceder en mis escritos, nada sigue un orden cronológico ni lineal. Prefiero que la verdad se descubra en espiral, y no en línea recta. Por eso, lo más importante de este episodio —la confesión inicial de Guido— lo he dejado para el final. Es allí, en esa primera expresión desnuda de Don Tomás, donde se concentra todo el peso del relato. Y es también allí donde San Martín, en un párrafo aparte, devuelve su respuesta: breve, contundente, marcada por la gravedad con la que asumía los infortunios ajenos como propios.
«La pérdida»
Guido, en su carta, abre con lo personal: relata su difícil situación económica tras volver del Perú y de Chile. Perdió sus libros, sus colecciones y hasta su equipaje; lo único que le queda, admite, es su clase militar y el sueldo que apenas lo sostiene. (aquí es «más adelante»)
“ En mis anteriores he dicho a Ud. que no traje del Perú sino desengaños, y de Chile una familia que va creciendo todos los días. Mis libros, mis colecciones curiosas, y cuanto tenía que valiese algo se ha perdido en la fragata Isabel, donde el demonio me tentó a embarcar en Valparaíso [f.1 v] la mayor parte de mi equipaje.
En esta situación no me ha quedado absolutamente otro partido que tomar para no morirme de hambre, que acogerme á mi clase militar y vivir del sueldo. Dos años en el Perú, sin ganar nada, viajes, transporte de familia, etc., han concluido con mis ahorros y no he reservado sino la historia, ó más bien la memoria de la diversa suerte que habría podido proporcionarme si no hubiese sido tan necio como crédulo. Basta de lamentación.”
La respuesta del General
No todas las cartas tienen respuesta. Muchas se responden en el silencio inmutable de quien prefiere callar, omitir y guardar su verdad. San Martín lo hizo más de una vez. Pero aquí, frente a Guido, no se calla ni se lo guarda. Se lo confiesa, lo escribe, lo subraya. Y es fácil imaginar que, al recibir la misiva, Don Tomás —como gustaba llamarlo el General, siempre entre la amistad y el consejo— pudo escuchar en la lectura esa voz firme, casi de reproche, que atravesaba el papel: “¡Por qué no llevaste contigo esos papeles tan importantes, Guido!”
La respuesta del General a ese párrafo
San Martín, desde Bruselas, el 21 de junio de 1827, dejará para el final este último párrafo, como si eligiera con plena conciencia cerrar la carta allí donde más le dolía. No fue casual: priorizó como cierre lo que más le resonó de toda la expresión de Guido, lo que lo desvelaba y lo atravesaba más allá de las noticias políticas y militares. En medio de triunfos parciales, juicios sobre hombres y diagnósticos de América, San Martín detuvo la pluma en la pérdida irreparable de los papeles de Guido. Y fue allí, en ese reclamo íntimo y directo, donde dejó ver que lo escrito, lo guardado, lo documentado, podía pesar más que las batallas mismas.
«No me conformo ni me conformaré jamás con la pérdida de sus papeles: ella lo es para la América y particularmente para la Historia. Lo más sensible es que no se puede reparar porque nadie podrá hallarse en el caso ni con la proporción que Ud. ha tenido para reunir documentos tan preciosos como interesantes y originales»
(DASM, t. VI, pp. 527-529)
Conclusiones
Cada oración encierra un mundo de posibilidades en los escritos de Guido a San Martín, y de San Martín a Guido. El vínculo entre ambos no resta valor, pero sí marca cómo el peso de las respuestas y acotaciones, más allá de la amistad, define la significancia de los roles que cada uno ocupó en la trama de la historia.
Me detuve en esta confesión de Guido porque no solo lo muestra como un hombre cercano y leal, sino también porque contenía datos que solo podían ser confiados a San Martín, sabiendo la trascendencia que tenían para él. El propio Libertador reconoció en más de una ocasión que “ha tenido la desgracia de ser hombre público”. Dimensionar esa frase nos obliga a situarnos siempre en la doble condición al analizar al General y a sus hombres de confianza: lo público y lo privado. Ambos planos se entrelazan y, en definitiva, siempre fueron —y seguirán siendo— juzgados por esos dos costados de la vida, aunque quizá nunca logremos separarlos del todo, porque en el fondo son lo mismo, vistos en escenarios y momentos distintos.
En este cruce epistolar, San Martín le advierte a Guido que lo que ha perdido no es solo un conjunto de papeles, sino una pieza valiosa de la Historia, ni más ni menos.
Reflexiones y verdades
Bien es sabido que solo controlamos lo que podemos controlar, y que luego la vida nos arroja —a veces sin aviso— a vivir situaciones que trastocan todos nuestros planes. Nada sucede como se prevé. Este episodio es un gran ejemplo para pensarnos en esa doble función de existir: vivir el presente y, al mismo tiempo, aceptar que habrá circunstancias que se nos escaparán de las manos, y que debe ser así.
En medio de este juego de certezas e incertidumbres, me fascina seguir descubriendo las tantas facetas de San Martín. El estadista, el político, el hombre de censos y registros, que aún en el ostracismo no dejó de ser motor de una misión y una visión más amplia. Siempre, siempre se preocupó por lo que vendría después. Incluso su anagrama sigue siendo un enigma sin resolver. He aquí la hondura de su lamento: cuando dice “No me conformo ni me conformaré” con la pérdida de aquellos papeles, lo que expresa es la conciencia de lo irrecuperable. Sabía lo que allí se había perdido: pruebas, datos, registros confiados a su estrecho compañero y amigo.
No olvidemos que si San Martín dejaba el Perú, no lo hacía para desaparecer sin más. Jamás. Dn. Tomás Guido era su plan B, su acción en la sombra, sus ojos y, quizás, la única persona autorizada a tomar decisiones en su nombre si la situación lo exigía. Por eso este título que elijo no es solo un reproche, sino también un reconocimiento cargado de aprecio: “Dn. Tomás, usted es el culpable”.
Nuevamente Gracias por llegar hasta aquí, por la difusión de estos escritos y por la fidelidad y la devolución de cada comentario al aprender, identificarte, profundizar y hasta admirar facetas de San Martín en estas nuevas visiones con otros puntos de vista. El fuego es pasión, y aunque esto sea un medio digital esta escrito con ese sentir y ese accionar. Mi abrazo y cariño de siempre. Edu.


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