enigma sn. martin

Los misterios y secretos detrás del héroe. José Francisco de San Martín , su vida en un enigma constante.


Episodio 24: «El compasivo»

«El Compasivo»

Por Eduardo Guidolín Antequera

Es imprescindible buscar siempre nuevos espacios de comprensión para aquellas situaciones que, por su hondura, se nos escapan a primera vista. Buceando entre voces ajenas, entre los segundos y los terceros que fueron testigos de una escena, uno puede descubrir perspectivas ocultas, gestos apenas perceptibles pero cargados de sentido.

Hoy quiero traerte, a modo de reflexión, un escrito que no parece hablar directamente del José de San Martín que siempre analizamos, aquí aparece otro como si tuviese otra faceta, otra interpretación. Siempre ha costado la aceptación total de el General, sin embargo sus capas y su cambio constante te deja ver, cuál era su causa que razonamientos primaban en el y cuáles en las causas justas y cuales no.

Hoy quiero traerte, a modo de reflexión, un escrito que no parece hablar directamente del José de San Martín que solemos analizar. Aquí aparece otro San Martín, con otra luz, con otra profundidad. Una faceta que suele quedar velada, como si su figura se resistiera a ser comprendida en su totalidad. Porque siempre ha costado aceptar a este hombre en su dimensión completa: sus capas, sus mutaciones, sus silencios y sus decisiones. Sin embargo, es en esa constante transformación donde se revela su verdadera causa, la raíz de sus razonamientos y su sentido de justicia.

Hay actos que trascienden el tiempo y las guerras, gestos que hablan más alto que los cañones o las proclamas. La guerra es la guerra —y en ella, muchas veces, se deben tomar decisiones injustas o dolorosas, donde no hay victoria sin sacrificio ni orden sin heridas. Pero, como bien decía Nietzsche, “no hay hechos, sino interpretaciones”. Por eso es valioso mirar cada situación desde todos sus ángulos, incluso los más incómodos, los más humanos.

Quiero sumergirte en este relato, en esta confesión, para que veas no solo lo que se alcanza a ver, sino también lo que aún permanece allí: dual, contradictorio, latente. Porque en ese conflicto interior se encuentra el verdadero San Martín, el hombre detrás del héroe. Vamos juntos, nuevamente.

El perdonado

El perdón… acción y estado que parecen responder al llamado de la justicia. Una justicia que puede ser de la consciencia, del orden legal o de la dimensión espiritual, según desde dónde se la mire. Para algunos, el perdón es un acto divino: un gesto concedido por un Dios que castiga, pero también absuelve. Para otros, es un proceso humano, íntimo y terrenal, que ocurre cuando el alma logra comprender lo que la mente aún no puede explicar.

Vivimos intentando entender nuestros errores, buscando razones en los equívocos, tratando de distinguir lo correcto de lo injusto. A veces perdonamos por amor, otras por miedo; a veces por afinidad, interés o simple comprensión. Quizás, en el fondo, los sentimientos pesan más que la razón —y en ese equilibrio inestable reside la humanidad misma. Perdonar o ser perdonado: ¿por qué, para qué, y bajo qué circunstancias? Esa pregunta recorre la historia de todos. Es, tal vez, una de las leyes invisibles de supervivencia y convivencia del ser humano.

El protagonista de este relato —a quien podríamos llamar “el perdonado”— no es más que un confidente. Alguien que, cargando con un suceso íntimo y revelador, lo guardó durante años en el silencio de su conciencia, hasta que un día decidió contarlo. Su confesión no solo desnuda un recuerdo, sino también una enseñanza: el poder del perdón, cuando nace del alma, trasciende al tiempo y al juicio de los hombres. Y vos, ¿has sido perdonado o necesitas confesar tu verdad aún callada para perdonarte?

Los prisioneros españoles

Los Prisioneros Españoles

Juan Ruiz Ordoñez, nuestro joven protagonista, era apenas un muchacho cuando su destino cambió para siempre. Había combatido del lado del ejército realista y, tras las derrotas de Chacabuco y Maipú, cayó prisionero de las fuerzas comandadas por José de San Martín. La guerra lo había llevado lejos de su tierra y ahora lo dejaba frente a un horizonte incierto, en una tierra que ya no lo veía como enemigo, sino como prueba viviente de un tiempo que empezaba a transformarse.

San Martín, con la mirada puesta más allá del campo de batalla, entendía que la victoria no residía solo en las armas, sino también en la humanidad con que se tratara al vencido. Por eso dispuso que los prisioneros fueran trasladados a lugares seguros, lejos de las zonas de conflicto, donde pudieran rehacer su vida sin representar un peligro. San Luis, parte de las Provincias de Cuyo, fue elegida como uno de esos refugios.

El gobierno local —bajo la conducción de Vicente Dupuy, amigo y colaborador del General— interpretó el espíritu de esas órdenes con sensatez y templanza. No todos los hombres debían recibir el mismo destino. Algunos fueron alojados en hogares de vecinos, se les permitió trabajar, ganarse el pan y, con el tiempo, comenzar de nuevo.

Así nació una convivencia silenciosa entre vencedores y vencidos, una tregua más profunda que cualquier tratado. En esa tierra áspera y generosa, entre la desconfianza y la esperanza, muchos de aquellos jóvenes descubrieron que también podían formar parte de una nueva sociedad que se estaba levantando, una sociedad que San Martín soñaba libre, justa y humana. Sin embargo esto no sería así, con todos los presos políticos.

La Misiva de la Confesión

Para situarte en contexto: la confesión que escucharás —hecha muchos años después— remite a un hecho ocurrido en 1819, durante el levantamiento de los prisioneros realistas en San Luis. Aquel joven, ya convertido en hombre, narrará desde su origen, en primera persona los acontecimientos que marcaron su destino y, a la vez, revelarán una decisión poco conocida del General.

Me he tomado el atrevimiento de subrayar ciertos detalles en su relato, no para condicionarte, sino para invitarte a seguir pensando, indagando y reflexionando sobre un conjunto de temas que se entrelazan en esta historia. Y entre todos ellos, uno resplandece con especial fuerza: la compasión, ese gesto silencioso que define, más que cualquier triunfo militar, la verdadera grandeza de un tal José de San Martín.

Quisiera recordarte que leas este episodio, lo que continúa es parte de ese plan:

Barcelona, 25 de noviembre de 1867

Señor don Mariano Balcarce.

  Respetado y estimado señor mío:

                Al dirigirme á usted lo hago con la franqueza que me ha dispensado en bien de esta pobre esposa paisana de usted como de mi única hija resultando el bien mío como compañero de ella, que manifiesto á usted con la sinceridad de mi corazón no tener expresiones cómo manifestarle la gratitud que debo á usted sin más recomendaciones que ser paisanos desgraciados y que en medio de las desgracias encontrar sentimientos sensibles y generosos, uniéndose la gran casualidad de pertenecer usted como esposo dé la hija y excelsa señora del excelentísimo señor general don José de San Martín (Q. E. P. D.). Conservo en mi corazón, atento señor, el reconocimiento que este señor hizo conmigo el librarme la vida resultando después el aprecio y el bien de estar estimado y respetado. Todas estas consideraciones y saber de las ingratitudes de algunos ambiciosos que nunca faltan en desvirtuar la inocencia y el mérito contraído por los españoles de aquí, los ejércitos jamás lo han vituperado siendo enemigo, sino que de sus órdenes salían el bien para tantos desgraciados prisioneros y que fué bastante generoso en la acción de Maipú con nosotros salvando á muchos de la vida y después el buen trato en la ciudad de Santiago. Soy imparcial y le diré cuanto sea la verdad, como dejo dicho. El señor general San Martín fué vencedor y generoso, y éste el motivo de la envidia de sus partidarios, y no de todos, pues sé que conserva las más de las gentes buenas y sensatas los beneficios que les ha resultado los azares y trabajos que ha hecho por el bien de su patria. No deja de conocer usted, que en todos tiempos de todas las historias ha habido intrigas para quitar el mérito á los hombres buenos, éstas mismas son las que habrán hablado de la catástrofe de la Punta de San Luis. Es una calumnia, la mayor infamia de esos hombres en propalar de haber tenido parte de las muertes de San Luis. Como digo soy presencial de los hechos, soy el único que salvó de los prisioneros que sentado en el cadalzo con siete compañeros más, fui el único que salvó presenciando la ejecución hasta esperar la resolución del señor general San Martín, que no tienen que echar á nadie la culpa sino que conspiramos porque después de tantos beneficios que recibíamos fuimos estrechados por Dupuy de un modo insufrible todo consecuencia á los émulos de los oficiales del país porque entrábamos en todas las casas y nos llevábamos las atenciones de los principales del pueblo, no dejará de conocer usted que cuando esto sucedió era casi al principio de la persecución nuestra donde los pueblos estaban enfurecidos estando por desgracia en un país poco civilizado que esto fué el motivo, pero fué bastante la culpa nuestra y poca previsión de mi pobre tío el general don José Ordóñez y jefes que atentaron y ejecutamos una revolución y reunidos con algunos soldados también prisioneros fugarnos á los indios para dirigirnos al ejército que entonces estaba en Salta del Tucumán, pero como digo todo fué desastre, todo fué muertes, el pueblo en masa se levantó y sucedió la catástrofe relacionada, los pocos que nos habíamos salvado en las calles y casas fueron fusilados después, esto es al día siguiente, que como digo fui el único que salvó y esperar la decisión hasta que llegó á los seis días el general San Martín y fui llamado á su presencia.

Este señor al verme conocí que se afectó al presentarme tan joven estropeado con una cadena tan larga que me cruzaba la cintura y tan pesada que no podía con ella, este señor me sentó en una silla, me acarició y con dulces palabras me preguntó por lo acontecido ; llamó un ordenanza para que viniese un herrero y en su presencia me quitaron el grillete del pie con la cadena, y mandando al gobernador Dupuy que estaba presente con mucha sumisión en pie, que inmediatamente se me vistiese con la decencia que me correspondía y el trato consiguiente y quedase hasta nueva disposición arrestado en el cuartel. Á las dos horas vino al cuartel el gobernador Dupuy dándome la mano y diciéndome está usted perdonado de la vida, por la patria y por el excelentísimo señor don José de San Martín. Ya puede usted imaginarse las adulaciones y demás que conseguí con semejante trato hasta conseguir el casamiento en este tiempo con una señora. Es cuanto debo de manifestarle en honor de la verdad y presencial de los hechos referidos. Que todas las mentiras que puedan culpar al esclarecido general, bondadoso y generoso, se estrellarán en la confusión de los malvados é inquietos envidiosos que no han tenido amor á su patria; de todos éstos podré referirle algunos por estar sumamente enterado promovido por el partido de Chileno que ellos no más han garantido las glorias como ser el partido de los Carrera, hombres como saben todos eran de la anarquía, de consiguiente movidos todos por éstos y sus familias y no más, y como agentes malísimos á influir en todas partes á fin de quitar el prestigio ya que con las armas no fueron sujetos de verificarlo, no por esto es sólo pues todavía insisten ahora mismo por desvirtuar al gobierno de Buenos Aires al que le deben toda emancipación y tranquilidad, que si no hubiese sido estas provincias y el acierto que tuvieron al nombrar al general San Martín para que los libertase ¿qué sería de ellos?… Estarían á la fecha con el látigo suspendido del señor Bruno, esta es la pura verdad de los hechos; estoy seguro que esos anárquicos han querido siempre quitarle el mérito y no más, pues de las provincias de Cuyo y demás, aun en la guerra civil, siempre han respetado el nombre del  general ilustre.

El general Quiroga, el hombre más sanguinario que en esos países ha habido, siempre que se acordaba del general San Martín lo respetaba, y eso que fué castigado por el mismo señor general en sus travesuras de La Rioja, que cuando los acontecimientos de San Luis estaba en el calabozo donde me destinaron después de presenciar la ejecución de mis compañeros conociéndolo personalmente que cuando estuvo ese día el señor general lo puso en libertad y después se hizo él general y de más que estará usted enterado, y después este mismo tuvo amparo en él, sin embargo que fué la casa muy perseguida, pero como me había conocido tuve la suerte que no me fusilara sin tomar armas contra él, porque esto no era menester tanto para hacerlo, por fin pude contener en algún tanto con las visitas y manifestaciones que le hacía que se inclinara á veces á mis palabras pudiendo salvar los pocos intereses de casa que aunque daban ; todo esto refiero á usted que sin embargo que este hombre tenía el modo de pensar contrario á toda política, lo que se acordaba del señor general ilustre San Martín decía, al único que dejaría yo mandar si estuviese yo aquí era á él, porque todos los demás han sido unos traidores y es porque no han trabajado nunca como el general San Martín y demás. Por consecuencia de esto y que llevo defendida no puedo menos de manifestarle á usted que siempre que me acuerdo del bien que me hizo y tanto y tanto bien que me dispensó todo por su gran bondad que acordarme y teniendo presente su fina carta de usted que en memoria suya me remite un auxilio quedé afectado y oprimido mi corazón por no existir ya este bien perdido. Pero que digo á que cuando otro protector de igual bondad y su grande y excelsa esposa bija de ese padre generoso que tanto hizo por nosotros, que no se olvidan ni se han olvidado desde que se dirigió á usted mi esposa nos ha tenido siempre presentes, no nos olvidan nuestras tribulaciones y desgracias, vivimos por usted y yo ahora en particular como viví por su señor padre político Q. E. P. D. que conocemos patente el corazón bueno de usted que anhela por todos conceptos la felicidad de esta su paisana digna de mejor suerte mía, y familia, que la triste recomendación nuestra no es más que los buenos sentimientos suyos mucho tendría que decir á usted, pero…

Le diré también como el excelentísimo señor don José de San Martín fué compañero suyo en Cádiz militares con mi señor tío don José Ordóñez, y que cuando fué hecho prisionero se conocieron y abrazaron en la misma acción que fué la de Maipú, que adonde fué destinado á Santiago, fué el segundo general Balcarce con la visita. Este señor he sabido que era su señor padre de usted. Lo tengo muy presente sus buenos modales y atención, fué acompañado también con el general Zapiola, jefe de la caballería, y en la noche el excelentísimo señor don José de San Martín con el coronel del 11 de cazadores, don Juán Gregorio de las Heras, todo lo puedo decir por estar juntos y conservo mucha memoria.

Y en fin, mi señor de Balcarce, el cielo le dé á usted mucha salud en compañía de su excelsa señora esposa suya, diciéndole que ha quedado en mí el reconocimiento de una eterna gratitud por su venerado padre Q. E. P. D., siguiendo por la misma á la señora su hija y digno esposo que Dios los guarde y puede usted mandar con la franqueza que debe de conocer á este su verdadero grato y eterno seguro servidor Q. S. M. B.

Juan Ruiz Ordóñez.

Nota. — Póngame á la disposición de su señora hija, á la de su señor esposo, esperando de usted el dárselas á mi señora doña Mercedes en nombre de su paisana diciéndome que le diga que ayer recibió la común en nombre de ustedes que no paramos en nuestras oraciones en pedir á Dios por nuestro bien hechores que son ustedes.

Otra. — De la catástrofe referida libró también el general español Marcó del Pont que no le tocaran y se mantuvo en su casa porque conocieron no se había metido ó no se acordaron de él. Y pidió al señor general que lo mandase á la estancia de la Punilla, que falleció tranquilamente en ella.

Véase: Documentos sobre la conspiración de prisioneros en San Luis (1819). DASM, T VI,p.158-173.-

«Algunos datos más»

La misiva está fechada en Barcelona, el 25 de noviembre de 1867. Para entonces, Juan Ruiz Ordoñez residía allí desde 1834(6), año en que se había trasladado junto a su esposa, Melchora Pringles, hermana del coronel Juan Pascual Pringles. Nacida en 1800, Melchora tenía apenas 19 años cuando se produjo el levantamiento de los prisioneros realistas en San Luis, y todo indica que su figura fue decisiva en el destino de Ruiz Ordoñez: su presencia, su entorno familiar y la influencia del apellido Pringles debieron pesar considerablemente en la decisión de Vicente Dupuy y, posteriormente, en la mirada del propio José de San Martín.

Ruiz Ordoñez se casó con Melchora y tuvieron dos hijas, y en la carta —sin mencionarla directamente— ella aparece aludida bajo el nombre de “esposa” o “paisana”, con una ternura que trasciende las formalidades epistolares. Todo sugiere que San Martín conocía a este joven desde la campaña de Chile, probablemente tras la batalla de Maipú, y que mantuvo de él una impresión particular. Aun considerando la sombra que dejó la traición de su tío, hecho que marcó a la familia, es plausible pensar que el General haya distinguido en Ruiz Ordoñez una excepción, un hombre joven merecedor de otra oportunidad.

Conclusiones

Las conclusiones, en este caso, resultan más que evidentes: hay mucha tela para cortar. La confesión de esta carta deja entrever una trama compleja, donde se revelan verdades silenciadas y se reabren heridas de un tiempo en el que la vida pendía de decisiones mínimas. En aquel episodio —cuando el joven fue salvado de ser fusilado— no solo se juega el destino de un hombre, sino también el retrato moral de toda una época.

Una historia encierra siempre otras historias: en el entramado profundo de los hechos se cruzan tiempos, destinos y conciencias. Lo que se vivió entonces se proyecta en esferas simultáneas, en los ecos que todavía hoy resuenan. En torno a este suceso aparecen nombres, datos y relaciones que merecen ser estudiadas con mayor profundidad: los traidores y los leales, los enemigos visibles y los encubiertos, los hombres y mujeres que sufrieron los vaivenes de una guerra que no era solo de independencia, sino también de identidad.

San Martín, en medio de ese laberinto, intentó construir y sostener una nueva sociedad: integró a los prisioneros y oficiales realistas al entramado social de las Provincias Unidas, dándoles trabajo y un lugar bajo vigilancia, en lugar de optar directamente por la muerte. Pero, como dice el refrán, “más vale malo conocido que bueno por conocer”; y las traiciones estaban a la orden del día. En ese contexto emerge un San Martín político, militar, estadista y profundamente humano, que comprendía que había que luchar, pero buscaba siempre evitar derramamientos innecesarios de sangre.

Aun así, quien infringía la ley o traicionaba una segunda oportunidad debía asumir las consecuencias. No olvidemos que el propio Dupuy en este acontecimiento, se vio obligado a fusilar a su propio criado.

La historia del español peninsular abre muchas puertas. Es, en sí misma, un espejo de los procesos más profundos que siguieron a la independencia: la transculturización, las nuevas familias que se formaron, los entornos sociales híbridos que nacieron del encuentro —y del choque— entre vencedores y vencidos. En su relato se advierten los silencios heredados, las adaptaciones forzadas, los lazos que unieron a quienes antes se enfrentaban en el campo de batalla. Su vida simboliza ese nuevo destino que comenzaba a abrirse paso, mientras la guerra aún ardía en la memoria de los pueblos y el futuro de América empezaba a escribirse con sangre, amor y reconciliación. TTambién sorprende su visión crítica sobre la Conquista y su lectura lúcida acerca del caudillo Facundo Quiroga, aun sabiendo que los hombres de éste habían asesinado a su cuñado, Pringles. A pesar de todo, Ruiz Ordóñez mantuvo siempre una postura coherente: la defensa del nombre de San Martín frente a las intrigas, las traiciones y los partidos de poder —los Carrera, los Alvear y todo aquel detractor— que tanto daño hicieron a la causa americana.

Un relato que nos recuerda, una vez más, que la historia de los perdonados también guarda en sí el reflejo más íntimo de quienes supieron perdonar.
La carta revela, además, el contacto entre estos paisanos y el agradecimiento profundo de la familia Ruiz Ordóñez hacia la Balcarce San Martín, encuentro que se dio cuando ambos se hallaban en Europa.
Lo verdaderamente valioso de este documento es que Balcarce lo conservara, permitiendo que quedara incluido en la recopilación epistolar del General, como fragmento testigo y vivencial de su vida: una memoria contada por otro, que ilumina con nuevos matices la figura del hombre que fue —y sigue siendo— José de San Martín.

Reflexiones y verdades

Una de las verdades más profundas que emergen de esta búsqueda es la dualidad en la vida de San Martín. Su raíz hispánica, su formación y su vida en España explican, en parte, esa capacidad tan humana —y a la vez tan política— de perdonar a sus enemigos, aquellos a quienes él mismo llamaba con ironía “los matuchos”. Basta releer la escena del abrazo de Maipú con Ordóñez, o recordar su decisión de perdonarle la vida a Marco del Pont, para entender que en esos gestos había algo más que estrategia: había humanidad, había sentido del deber y una profunda comprensión del destino.

En esos episodios se revela un San Martín dual, un hombre entre dos mundos. No olvidemos que para muchos fue un traidor, y para otros, una presencia incómoda, una carta que siempre se leía con desconfianza. Imaginate lo que implicaba, en ese contexto, explicarles a los soldados patriotas y al Pueblo que lo apoyó, que el propio Libertador traería a su tierra —a la misma donde había levantado su empresa libertadora— a sus antiguos compañeros de armas españoles, aquellos mismos que habían combatido en el bando enemigo. Desde cierta lógica política, era incomprensible. Pero San Martín no se movía desde esa lógica: su brújula era otra.

Vuelvo entonces a una de sus cualidades esenciales: el convencimiento. Su fuerza no residía en la imposición, sino en la persuasión moral. Lograba que otros creyeran, no en él, sino en la causa que encarnaba. Por eso, más que un estratega militar, fue un pensador de acción, un hombre que se proyectaba más allá de la guerra. A veces pienso —y no me equivoco al intuirlo— que San Martín no estaba ni de un lado ni del otro, sino por encima, observando y obrando desde una consciencia más alta, casi cósmica, donde el bien y el mal se equilibran como polos de una misma energía.

Quizás por eso la frase que lo nombra “Señor de la Guerra” debería leerse entre comillas interpretativas, con pausa y reflexión. Muchos afirmaron que en el Perú se enfrió el militar, que perdió el fuego del guerrero. Pero ¿fue realmente así? ¿O más bien su «consciencia» venció al militar, comprendiendo que la guerra no siempre se gana combatiendo? Tal vez allí, en ese punto de inflexión, San Martín comenzó a volar por encima de sí mismo, sobrevolando sus propias acciones, observándolas desde la altura del tiempo.

Perdonar a aquel joven prisionero, ser compasivo cuando podía haber sido implacable, fue solo uno de los tantos gestos que lo revelan en su verdadera dimensión. No el héroe de mármol, sino el hombre ilustre, el General humano que entendió que el verdadero poder no está en la espada, sino en el acto de perdonar.
Y qué justa, qué profunda resulta entonces la definición que usó el propio Juan Ruiz Ordóñez:
“El General Ilustre.«.

Pd: utilice a lo largo del episodio la palabra «Conciencia y Consciencia», que no son intercambiables, siempre están puestas con un sentido. ¿Pudiste percibirlo?

Me despido, con la eterna gratitud de tu lectura, y de tu difusión de estos puntos de vista sobre la vida del admirable José de San Martín. Mi abrazo de siempre, real, leal y verdadero. EJGACStMn.



Deja un comentario