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Los misterios y secretos detrás del héroe. José Francisco de San Martín , su vida en un enigma constante.


Episodio 27: «El bolichero amigo de San Martín”

«El bolichero amigo de San Martín”

Por Eduardo Guidolín Antequera

«Descontracturemos»

«Este camino cuyano que me tocó recorrer «—como dice una linda tonada— tiene esas cosas mágicas: cuanto más se anda, más aparecen historias que estaban ahí, escondidas, esperando que alguien las vuelva a nombrar. En la búsqueda de interpretaciones sobre la vida de esos personajes históricos que la escuela convirtió en próceres, muchas veces perdemos los sabores auténticos: las anécdotas simples, comunes, pero a la vez extraordinarias, donde las grandes decisiones y las proezas que cambiaron el continente nacen de un gesto cotidiano o del peso de una verdad que llega justo en el momento preciso.

Hoy quiero sumergirte en una de esas historias.
Una que, apenas leíste el título, probablemente te hizo arquear una ceja: Zenteno, el bolichero amigo de San Martín.

Sí, bolichero.
Sí, amigo de San Martín.
Una combinación que para algunos puede ser casi un sacrilegio. Me imagino a más de uno agarrándose la cabeza desde el primer renglón. Pero ahí está justamente el encanto de este viaje: conocer al hombre antes que al héroe, acercarse al San Martín cotidiano, al que vivió mil vidas en una y cargó —como me gusta decir— con un yugo repleto hasta el empacho de anécdotas que todavía no nos animamos a contar.

¿Qué falta, entonces?
Visibilizarlas.
Sacarlas del silencio.
Poner en escena lo que quedó disperso entre papeles, memorias y relatos aislados. Porque cuando la historia oficial baja el telón, aparecen ellos: los otros. Los que yo, dentro de mi corriente filosófica e historiográfica, llamo “Los Invisibles”. Aquellos que quedaron relegados, tercerizados, desdibujados en la sombra de un bronce demasiado grande, pero que fueron esenciales en la trama de la gesta libertadora y en el día a día del hombre José de San Martín.

Hoy vamos a conocer a uno de ellos:
José Ignacio Zenteno, el chileno que atendía un boliche humilde, y que un día —sin buscarlo— se cruzó con el General para convertirse en un engranaje fundamental de su misión continental.

Los antiguos lugares de encuentros

La pulpería, la taberna y el boliche: el corazón social del siglo XIX

En las Provincias Unidas del Río de la Plata —y muy especialmente en la Mendoza de 1815— la pulpería, la taberna o simplemente el boliche no eran sólo lugares donde se compraba vino, tabaco, yerba, se disfrutaba alguna expresión artística o se jugaba en tiempos de ocio para despuntar el vicio: eran mucho más que eso. Constituían el eje social del pueblo, el punto de encuentro donde circulaban noticias, se negociaba, se discutía de política, se sellaban pactos y, a veces, se gestaban revoluciones silenciosas. En un territorio todavía áspero y en formación, estos espacios cumplían funciones múltiples: almacén, correo improvisado, posta de viajeros, centro de trueque, sala de discusión pública y, en tiempos de tensión, incluso refugio y caja de resonancia del clima social y político que se estaba incubando. Allí se mezclaban soldados, arrieros, comerciantes, campesinos, curas, autoridades locales y, por supuesto, hombres y mujeres que ya respiraban revolución.

En aquel tiempo, el bolichero no era simplemente un comerciante:
era un mediador social, un observador privilegiado del mundo cotidiano, un informante natural del pulso del pueblo. Era el hombre que escuchaba más de lo que hablaba, que veía sin ser visto, que conocía mejor que nadie los movimientos, los temores y las esperanzas de una sociedad que estaba intentando nacer mientras ardía la lucha por la independencia.

Recordemos algo esencial:
la información era poder, y la información circulaba de manera completamente distinta a la de hoy. Nada de WhatsApp, videos, cámaras, ni capturas de pantalla. Todo era boca en boca, gesto en gesto, o a lo sumo un papelito escrito a las apuradas que viajaba más lento que un suspiro. El famoso “chisme”, el rumor, el comentario al paso, eran monedas de cambio igual de valiosas que una mula o un rifle. Y un bolichero era, por naturaleza, el custodio de ese flujo invisible.

En Mendoza —convertida en cuartel general del proyecto sanmartiniano— la importancia de estos espacios se multiplicó. Las pulperías y tabernas dejaron de ser simples puntos de encuentro para convertirse en nodos vitales de circulación de mensajes, abastecimientos, señales y rumores estratégicos. Allí donde el vino corría, también corría la información. Y donde había un mostrador, había un universo político latiendo.

«Anécdota»

“José Ignacio Zenteno, el chileno que vendió su boliche para ayudar a San Martín”

“En la mañana del 13 de enero de 1816, el general San Martín, acompañado por Pedro Mohando, uno de sus asistentes de confianza, llegó a un rancho ubicado en los alrededores de la parte norte de la capital mendocina. En aquel rancho, un emigrado chileno, don José Ignacio Zenteno, para subvenir a sus necesidades, había establecido un boliche que atendía personalmente.

San Martín, después de llamar ligeramente a la puerta, como nadie respondiera, penetró en la sala del despacho. Una mulatita que hacía las veces de sirvienta, luego de acudir, fue la encargada de anunciar al amo tan importante como madrugadora visita.

A los pocos minutos, solícito y gozoso, apareció Zenteno.

Zenteno conocía personalmente a su ilustre visitante. Varias veces el general le había hablado de Chile, de sus hombres. En no pocas oportunidades, San Martín, con esa penetración que en todo momento fue la poderosa auxiliar de su temperamento, consciente de que era aquél un elemento importante para la feliz realización de su proyecto libertador, habíale interrogado sobre hombres, recursos y costumbres del otro lado de la Cordillera.

Cumplidos los primeros saludos, directa y abiertamente, el general le dijo a Zenteno:
—Amigo, necesito un hombre dispuesto a sacrificarse por la libertad de Chile. Vengo a usted para que me lo indique entre sus compatriotas asilados en San Juan o Mendoza. El asunto apremia. De manera que, le suplico, es de importancia que haga ahora mismo la elección.

Zenteno, humildemente, arriesgó:

—Perdone, mi general, si le pregunto si esta comisión proporcionará recompensas personales de cualquier especie.

—Creo que sí —replicó San Martín—. Es muy posible que el comisionado muera de hambre o de frío. También es probable que, si tiene la desgracia de salvarse de estas dos calamidades, tenga la ventura de caer bajo las balas de alguna patrulla realista oculta en un desfiladero de la Cordillera…

—Muy bien, mi general —declaró el bolichero—. Ya tengo el hombre que usted y la patria necesitan.

—¿Lo conozco yo?
—Sí, mi general.
—¿Quién es?
—José Ignacio Zenteno, quien, antes de una hora, se presentará en su despacho para recibir órdenes. Prevéngole que irá armado y equipado como para entrar en campaña.

—¡Muchas gracias, amigo Zenteno! —exclamó San Martín—. Pero… ¡eso no puede ser! Usted tiene otro deber ineludible que es el de velar por los que dependen de su trabajo diario, y aun no ha llegado el momento de olvidarlo todo. Piense. Déme el nombre de otro candidato.

—Si ésa es su opinión, mi general, no insisto por el momento; pero le suplico me conceda un poco de tiempo para meditar. A mediodía tendrá mi respuesta.

San Martín le estrechó ambas manos y abandonó el boliche seguido por su asistente.

Antes del plazo fijado, ya estaba el chileno Zenteno en el cuartel de San Martín, pidiendo hablar con el ayudante de servicio. El general lo hizo pasar sin tardanza y, al tenerlo en su presencia, escuchó estas palabras:


—Mi general, acabo de encontrar medios para asegurar a mis pequeños dos años de recursos…
—¿Qué ha hecho usted?
—He vendido el boliche. Vengo, ahora, a recibir sus instrucciones.

—¡Pero, Zenteno! ¿Cómo abandona a sus hijos?
—General, he pensado que un buen patriota, un chileno, antes que pan, debe dar patria a sus hijos.

San Martín lo abrazó, conmovido:
—Zenteno, usted fue siempre mi candidato. Quiero que usted, desde hoy, sea el secretario del Ejército de los Andes.

El 29 del mismo mes de enero, el gobierno designó a Zenteno para desempeñar tal empleo con la asignación mensual de veinticinco pesos fuertes.

Más tarde, San Martín fue el Libertador de un continente, y Zenteno, el abnegado y desprendido “bolichero”, el organizador del ejército y la armada de su patria.

UNAS PALABRAS QUE NO DEBIERAN OLVIDAR LOS AMERICANOS DE TODOS LOS TIEMPOS: “ANTES QUE PAN, UN PATRIOTA DEBE DAR PATRIA A SUS HIJOS”

Alvarez, José R. «Caras y Caretas.Año XXXIV, N°: 1703, 23 mayo 1931, p. 203.

José Ignacio Zenteno

José Ignacio Zenteno del Pozo y Silva nació en Santiago de Chile el 28 de julio de 1786, hijo de Antonio Zenteno y Bustamante y Victoria del Pozo Díaz. Creció lejos de los circuitos aristocráticos que solían decidir los destinos coloniales. La muerte de su padre lo obligó a interrumpir sus estudios y a sostener a sus hermanos trabajando como escribiente. Sin embargo, esa temprana adversidad no apagó su vocación intelectual ni su disciplina interior. Zenteno fue, desde joven, un hombre de orden, estudio y conciencia.

Estudió en el Colegio Carolino y desde 1803 cursó Sagrados Cánones y Leyes en la Universidad de San Felipe. Su formación jurídica no llegó a completarse, pero moldeó su sentido del deber y su habilidad para la administración pública.

El despertar patriota

Para 1810, sin carrera política ni militar, su espíritu ya vibraba con los nuevos aires de libertad. El 12 de octubre de 1812 firmó, como paisano y procurador, el Reglamento Constitucional de ese año. Sirvió como secretario de las expediciones al sur durante 1813 y en 1814 ya era secretario del Director Supremo Francisco de la Lastra. Tras su derrocamiento, Zenteno fue apresado y, luego del desastre de Rancagua (1814), se exilió ‒como tantos otros patriotas chilenos‒ rumbo a Mendoza.

El exilio mendocino y el encuentro que cambió su destino

En Mendoza, Zenteno sobrevivió con humildad:
bolichero, ventero en La Estanzuela, comerciante, escribiente ocasional.
Allí emergió el hombre real: sin títulos, sin protecciones, sin prestigio.
Pero con una lucidez política y una disciplina moral que no pasaron inadvertidas.

Fue en esa etapa —la más crítica y silenciosa de su vida— cuando José de San Martín lo descubrió. El Gobernador-Intendente de Cuyo vio en él lo que pocos eran capaces de ver:
un talento administrativo excepcional, una honestidad a toda prueba, y esa rara mezcla de inteligencia, discreción y lealtad que tanto valoraba.

San Martín lo convocó primero como oficial de la Secretaría de Gobierno, luego como secretario interino del Ejército, hasta nombrarlo definitivamente como «secretario para los asuntos de la guerra» el 29 de enero de 1816 (DHGSM, Tomo 3, pp.195).El 8 de diciembre de ese año se lo designó teniente coronel de Infantería, grado ratificado oficialmente tras el Cruce.

El arquitecto silencioso del Ejército de los Andes

Desde esa posición, Zenteno se convirtió en uno de los pilares del proyecto continental:
• organizó archivos, correspondencias y comunicaciones estratégicas
• coordinó la logística, los suministros y el armamento
• administró los recursos con una eficacia sin fisuras
• sostuvo el hermetismo estratégico que San Martín consideraba esencial
• ordenó la estructura burocrática que permitió que la epopeya fuera posible

Para destacar dos actos valiosos para nuestra historia donde figura, su firma junto a la de San Martín:

Despacho de General en Jefe del Ejército de los Andes otorgado por el Director Supremo, Brigadier Juan Martín de Pueyrredón, al Gobernador Intendente de la Provincia de Cuyo, Coronel Mayor José de San Martín. Buenos Aires, 19 de agosto de 1816.

Mendoza agosto 15, de 1816,,
Cumplase, y tomese razonen la Contaduria de esta Capital.

Acta del juramento de la independencia nacional, tomado por el General en jefe del Ejército de los Andes, Coronel Mayor José de San Martín, a los jefes y oficiales del mismo. Mendoza, 8 de agosto de 1816

Sin su mano, la gesta hubiera sido más incierta.
Sin su orden, el cruce habría sido improbable.
Sin su lealtad, el plan carecería de estructura.
Porque también hubo hombres gloriosos de puño y letra, batallando en otros campos de batalla.

Chile: fundador del Estado militar y naval

Tras Chacabuco, Bernardo O’Higgins lo transformó en su hombre de confianza y lo nombró Ministro de Guerra y Marina, cargo que ejerció desde 1817 hasta 1821, con interrupciones ocasionales pero siempre como figura central.

En Chile, Zenteno:
• redactó el Acta de la Independencia (1818)
• diseñó el pabellón nacional chileno
• reorganizó el ejército republicano
• planificó y fundó la primera Armada de Chile
• creó la Academia de Guardias Marinas en Valparaíso
• articuló la relación entre San Martín y Cochrane en momentos de alta tensión
• coordinó logística y recursos para la Expedición Libertadora al Perú

Fue ascendido sucesivamente hasta alcanzar el grado de general de brigada en 1822.

Conflictos, destierro y regreso

Su rectitud moral y su carácter austero chocaron frontalmente con José Antonio Rodríguez Aldea, ministro de Hacienda. Esa disputa lo llevó a renunciar y posteriormente ser desterrado al Perú durante el gobierno de Ramón Freire (1825). A su regreso, exigió ser juzgado por un Consejo de Guerra, del cual salió absuelto y reivindicado. En 1830 fue nombrado Comandante General de Armas e Inspector General del Ejército, cargos fundamentales para la consolidación del Estado chileno.

El último tramo: la dignidad en silencio

En sus últimos años, Zenteno eligió la modestia antes que la ambición. Fue:
• académico de la Facultad de Leyes de la Universidad de Chile
• miembro de la Corte Marcial
• administrador en instituciones agrícolas
• diputado por Santiago (1846–1849), llegando a ser vicepresidente de la Cámara

Murió en ejercicio de su banca el 16 de julio de 1847, a los 62 años.

En su vida privada dejó diarios íntimos que revelan un espíritu reflexivo, moral, sensible y profundamente republicano.

Su legado: la dignidad que no pide bronce

Conclusiones

La escena parece de película, una entre miles de momentos que rodearon aquel tiempo en que la gran empresa comenzaba a gestarse al pie de la Cordillera de los Andes. San Martín recorrió cada punto, cada sitio; se asesoró, buscó persona por persona y procuró reunir las herramientas necesarias para hacer posible su hazaña. Nunca debemos olvidar los sacrificios de todo aquel Pueblo, y por eso esta anécdota adquiere tanto valor: siempre conviene observar cada hecho dentro de su contexto. La caída de la Patria Vieja y el exilio de tantos chilenos hacia la Gobernación-Intendencia de Cuyo en 1814 alteraron por completo las reglas del juego. Así como Zenteno, que montó un boliche para sostener la subsistencia propia y de su familia, tantos otros hicieron lo que pudieron, casi heroicamente, adaptándose a la realidad que les tocaba vivir y promoviendo los cambios necesarios en una administración de supervivencia marcada por la pérdida de la aduana —motor del comercio con Chile— y por la llegada de una población que venía con una mano atrás y la otra adelante, obligada a reinsertarse en un territorio familiar, sí, pero atravesado por la decisión de dejarlo todo por la guerra y por la opresión española.

Revisar estos detalles ilumina nuevas imágenes de aquello que a veces parece sencillo: construir las bases de un nuevo paradigma social, trazar transformaciones profundas para sostener la vida del pueblo que estaba naciendo, gestionar la convivencia entre lugareños, foráneos, militares, esclavos, mestizos e indígenas… y que, en medio de todo eso, un tal San Martín debiera crear un ejército, cruzar los Andes y liberar un país que seguía bajo el yugo de la Corona Española. Una pavada, ¿no?

Reflexiones y verdades

La reflexión que más me concierne en este contexto es pensar en las oportunidades y los desafíos que la vida nos presenta. A Zenteno, nada menos que San Martín fue a buscarlo: vio en él el temple, comprendió su sacrificio personal y familiar, y lo convocó a sumarse a una causa más grande que cualquiera de las vidas individuales, una causa que venía a anunciarle el propio portador de la Libertad. Y esta escena, cuando la miramos desde el auténtico contexto sanmartiniano, nos obliga a hacernos una pregunta sin suavizarla: ¿qué harías vos si alguien golpeara tu puerta y te pidiera dejar tu emprendimiento, tu estabilidad y hasta a tu familia para servir a otros que no conocés, que no sabés quiénes son, pero que sabés que están oprimidos? ¿Cuántos estarían dispuestos a mirar más allá de su propio ombligo y desprenderse de lo suyo por un bien mayor?

A mí, muchas veces, me preguntan por qué hago esto: por qué escribo, por qué sostengo y profeso el legado sanmartiniano. Y la respuesta es amplia, pero en simples palabras: porque sigo viendo, bajo otras formas, las mismas tensiones de entonces en el presente.

El llamado sigue estando. La injusticia sigue estando. Algunos siguen teniendo demasiado para vivir, y otros tan poco, mientras los primeros creen que la libertad es sinónimo de poder o de exceso material, como si eso fuera a acompañarlos cuando el cuerpo, inevitablemente, se apague y vuelva a la tierra, como todo en este mundo.

Encontrar personajes invisibles como Zenteno nos sigue dando tela para cortar. Me gusta observar estos detalles y convertirlos en ejemplo: un abogado que dejó todo por una causa mayor, que abrió un boliche para sobrevivir cuando la vida lo golpeó, y que, cuando la rueda volvió a girar, aceptó un nuevo cambio aún más profundo. El costo era mayor, pero decidió recorrer un camino que no existía, y al hacerlo, se volvió parte de él. Colaboró, aportó, se entregó, y terminó integrado a una de las empresas más grandiosas de la historia. Su vida cambió —quizás intuía quién era aquel San Martín que tocaba a su puerta y lo que podía lograr—, pero lo esencial es que eligió ponerse a disposición: del hombre, de su visión, y de la obra que estaba naciendo. Sin proponérselo, fue sumando, dio su parecer, entregó su sabiduría y se convirtió en pieza silenciosa de ese engranaje de héroes de la libertad.

Hoy quise visibilizarlo a través de esta anécdota: al escriba, al secretario, al soldado, al amigo; al que demuestra que la vida es una lotería permanente, que nos enfrenta a miles de senderos y decisiones, casi siempre bajo presión, casi siempre en medio de la crisis. Y por eso escribo. Porque el llamado de San Martín no murió, no se extinguió con su siglo ni con su generación. Sigue vigente, insistente, profundo. Es el llamado a ser libre (de pensamiento y acción). A elegir la causa que nos trasciende. A mirar más allá de nosotros mismos. Y a entender que la libertad del colectivo, si no es compartida, nunca es verdadera.

Hoy cumplí en parte con José Ignacio Zenteno, uno de los Amigos cercanos del General, otros de los que sostiene la historia desde las sombras. Pienso en voz alta, tal vez…podría alguna pulpería, o taberna recordarlo también en ese contexto como «el bolichero amigo de San Martín» o que «La Estanzuela» sitio que aún existe en Mendoza reconozca ésta anécdota. Mi abrazo sanmartiniano de siempre.



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