Los misterios y secretos detrás del héroe. José Francisco de San Martín , su vida en un enigma constante.
Episodio 28: «San Martín veneró al verdadero Santa Claus»
«San Martín veneró al verdadero Santa Claus»
Por Eduardo Guidolín Antequera
Qué temita, ¿no? Papá Noel, Santa Claus, Sinterklaas… pero cuando digo que el venerado es el verdadero, ¿de quién estoy hablando en realidad?
Esta historia que te voy a contar comenzó allá por el Episodio 16; si ya lo leíste, podés hacer un pequeño refresh, y si no, te invito a volver sobre él, porque allí se siembran las primeras pistas. En 1824, durante el recorrido por el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Monseñor Giovanni Muzi —jefe de la delegación papal— avanzaba junto a uno de sus acompañantes, Giovanni Maria Mastai-Ferretti, quien con el tiempo se convertiría nada menos que en el papa Pío IX. Aquella comitiva atravesaba estos caminos rumbo a Chile, como parte de una misión continental que hoy apenas recordamos en sus detalles más humanos.
En ese tránsito aparecen muchas escenas dignas de atención, pero hoy quise detenerme en una muy particular: un pasaje casi luminoso dentro de la crónica, situado en un paraje donde no queda del todo claro cuánto tiempo estuvo presente este “Santo”, porque luego otra advocación mariana ocuparía el centro de la devoción popular. Sin embargo, lo verdaderamente importante no es sólo el lugar, sino el cuándo: el año, el contexto y las circunstancias. Porque quien les recomienda pasar por ese sitio no es otro que José de San Martín.
Y es ahí donde la historia se vuelve aún más sugerente. Vamos a recorrer este nuevo episodio para seguir esas huellas, para desandar el camino simbólico y encontrar, quizás, al verdadero Santa Claus… no el de la publicidad, sino el que habita en la historia, en la fe y en los gestos silenciosos que dejaron marca.
«Siempre es importante comprender el contexto de cada situación; de lo contrario, nos limitamos a interpretar únicamente la anécdota, que en este caso posee múltiples aristas. Para fundamentar ese contexto, me apoyaré en el libro de Verdaguer, J. A. (1931), Historia eclesiástica de Cuyo (Tomo I), publicado en Milán por la Premiata Scuola Tipografica Salesiana.«
Del Viaje del Vicario Apostólico Mons. Juan Muzi y su tránsito por Cuyo tomamos este fragmento que nos permite rastrear el dato del verdadero “Papá Noel” que hoy todos conocen bajo otras formas. Lo fascinante es que el sitio donde se da esta asociación originaria —el verdadero motor simbólico que luego será vinculado a la Navidad— se encuentra en uno de los tantos espacios poco valorados de la gesta sanmartiniana en Mendoza: el Retamo, hoy ciudad de Junín.
San Martín estuvo en Mendoza durante algunos meses de 1823, ya retirado de la vida pública, refugiado en los Barriales. Y esta región (el Retamo) es colindante, íntimamente ligada a ese espacio. Pero el dato central es otro: la existencia de una capilla en este territorio y la presencia del santo que vamos a abordar. Alguna vez Ricardo Rojas le dio a esta región un tinte femenino, entendiendo a «la Retama» como una suerte de aduana natural; y he aquí que el detalle eclesiástico viene a sumarse a todo lo que ya sucedía allí. Primero fue Posta del Retamo (no te olvides que San Martín al llegar a Mendoza para convertirse en Gobernador Intendente de Cuyo pernoctó aquí el 6 de Septiembre de 1814), luego paraje obligado de viajeros, pero sobre todo fue un punto estratégico desde el cual San Martín ejerció control militar sobre la región y, más tarde, desde donde solicitó tierras en 1816 para trabajarlas. Que estos lugares no reciban la atención que merecen, o que algunos sanmartinianos directamente no los nombren ni los valoren como tales, sigue resultándome llamativo. Pero, como dice el dicho, esa es harina de otro costal, y ya lo he dicho más de una vez. Vamos al dato que nos deja este viaje:
«El terreno de las primeras tres leguas, para llegar al Retamo, es bueno, mas un poco árido, y casi siempre cubierto de una copiosa florescencia de nitro, el cual se desarrolla con la acción del sol después de las lluvias y de un copioso rocío de la anterior mañana»
«El Retamo es un pequeño pueblo, de poquísimas casas, que tienen todas anexo un huerto, con vides y frutas de varias especies y una plantación alrededor de altos álamos que deleitan la vista grandemente. Su iglesia es bastante pequeña ; consiste en una simple capilla dedicada a San Nicolás de Bari, en la cual celebró Monseñor la santa misa, y yo asistí a ella … »
(Verdaguer, 1931.pp. 872)
San Nicolás
La historia del verdadero
Ya te diste cuenta de quién estamos hablando. Sí, del Santo «San Nicolás». San Nicolás de Bari fue un obispo cristiano del siglo IV, nacido alrededor del año 270 en Patara, una ciudad de la región de Licia (actual Turquía). Provenía de una familia acomodada y profundamente cristiana, pero quedó huérfano siendo joven. Según la tradición, distribuyó gran parte de su herencia entre los pobres, marcando desde temprano su vocación de caridad y servicio.
Fue ordenado sacerdote y más tarde elegido obispo de Myra (hoy Demre), cargo desde el cual se destacó por su defensa de los más humildes, su firmeza doctrinal y su cercanía con el pueblo. Vivió en tiempos de persecución contra los cristianos bajo el Imperio romano y, según relatos antiguos, fue encarcelado por su fe durante el reinado de Diocleciano.
San Nicolás es recordado por numerosos actos de caridad y justicia, muchos de ellos transmitidos como leyendas con fuerte contenido simbólico: ayudar en secreto a familias pobres, proteger a niños y marineros, interceder por inocentes condenados injustamente y defender a los débiles frente al abuso del poder. Estas historias consolidaron su imagen como protector de los necesitados y mediador ante la injusticia.
La tradición sostiene que participó en el Concilio de Nicea (325), donde la Iglesia debatió cuestiones centrales de la fe cristiana, aunque este punto no está confirmado por todas las fuentes históricas. Falleció el 6 de diciembre, alrededor del año 343, fecha que luego sería establecida como su festividad.
Siglos más tarde, en 1087, sus reliquias fueron trasladadas desde Myra a la ciudad italiana de Bari, lo que dio origen a su nombre más difundido en Occidente: San Nicolás de Bari. Desde allí, su culto se expandió por toda Europa.
Con el tiempo, la figura histórica de San Nicolás inspiró diversas tradiciones populares, especialmente en el norte de Europa, que evolucionaron hasta dar origen al personaje de Santa Claus o Papá Noel, aunque esta versión moderna se aleja considerablemente del obispo histórico.
En esencia, San Nicolás de Bari representa el ideal del pastor justo, del hombre que une fe, acción concreta y compromiso con el otro, convirtiéndose en un símbolo perdurable de caridad, justicia y protección de los más vulnerables.
El Santo que se volvió marca
Durante siglos, la figura de San Nicolás de Bari fue sinónimo de caridad silenciosa, de gestos pequeños y profundamente humanos, lejos de cualquier despliegue espectacular. Obispo del siglo IV, su fama no nació del poder ni de la riqueza, sino de actos concretos: ayudar a los pobres, proteger a los niños, socorrer en secreto a quienes nada tenían. Esa memoria popular, transmitida de generación en generación en Europa, especialmente en los Países Bajos y los territorios germánicos, dio origen a la tradición de Sint Nikolaas o Sinterklaas, un santo austero, cercano, que visitaba a los niños durante el invierno y dejaba regalos sencillos como símbolo de cuidado y esperanza. En ese mismo entramado cultural se fue consolidando la celebración cristiana de la Navidad, en un intento de dar marco litúrgico al nacimiento de Cristo y también de resignificar antiguas fiestas paganas del solsticio. Con el tiempo, la víspera, la noche del 24 de diciembre, adquirió un carácter íntimo y familiar, cargado de expectativa, espera y recogimiento, un umbral simbólico entre lo humano y lo sagrado.
Sin embargo, con el correr de los siglos y especialmente a partir del siglo XX, esa figura espiritual y moral fue mutando. El viejo, humilde y casi invisible, fue transformándose en Santa Claus, un personaje cada vez más desligado de su raíz religiosa y profundamente asociado al consumo. La consolidación definitiva de esta imagen llegó de la mano de la empresa Coca-Cola, que en la década de 1930 fijó para siempre el arquetipo moderno: un anciano robusto, vestido de rojo brillante, sonriente, omnipresente, convertido en emblema publicitario de la Navidad. Allí se produjo el quiebre: la caridad silenciosa dio paso al espectáculo; el gesto anónimo, al regalo masivo; la espera espiritual, al deseo material. Dos tradiciones comenzaron a convivir bajo un mismo nombre y una misma fecha, pero con sentidos opuestos: una nacida del compromiso con el otro, y otra impulsada por la lógica del mercado. Y así, cada 24 de diciembre, mientras las luces se encienden y los regalos se apilan, la historia nos devuelve una pregunta incómoda pero necesaria: ¿celebramos todavía el espíritu de San Nicolás o apenas la versión comercial que el mundo moderno decidió abrazar por el justificativo consumismo sin sentido?
Salpicón navideño: la transculturización de costumbres en el mundo
Si nadie se detuvo demasiado a corregir las aparentes contradicciones de la Navidad en América Latina —un Papá Noel abrigado avanzando entre calores estivales, trineos imaginarios surcando cielos donde el sol cae a plomo y mesas cargadas de frutas secas pensadas para el invierno europeo— es porque los símbolos que la rodean nacieron casi al mismo tiempo que el cristianismo y se hunden en una profundidad temporal difícil de ordenar. La fe, la esperanza que encarna el nacimiento de Cristo y la fuerza de la tradición terminaron por preservar, de manera casi ecuménica, una iconografía común, aun en geografías y climas radicalmente distintos, como si esos signos compartidos funcionaran también como un lenguaje universal de confraternidad.
La elección misma de la fecha no fue inocente. Hacia el siglo IV, el papa Julio I fijó el 25 de diciembre como día del nacimiento de Jesús, en un mundo donde ya existían celebraciones profundamente arraigadas en torno al solsticio de invierno. En esos días, Roma celebraba las Saturnales, jornadas de suspensión del trabajo, de tregua en las guerras y de inversión del orden cotidiano; los judíos conmemoraban la Fiesta de las Luces; los pueblos germánicos y escandinavos rendían culto al renacimiento del sol, mientras que en Persia se celebraba al “Sol Invicto” y el natalicio de Mitra. El cristianismo no borró esas festividades: las absorbió, las resignificó y las espiritualizó.
Con el correr de los siglos, la expansión cristiana fue incorporando costumbres locales que se amalgamaron al relato navideño. El pesebre, por ejemplo, surgió recién en el siglo XIII, cuando San Francisco de Asís decidió representar el nacimiento de Jesús con animales vivos en un establo de Greccio, acercando el misterio divino a la experiencia humana. Los villancicos, según la tradición, remiten a un canto primordial anunciado por los ángeles a los pastores de Belén. Y los adornos vegetales —acebo, siemprevivas, muérdago— arrastran un origen pagano que la Iglesia intentó erradicar sin éxito, hasta que terminó otorgándoles nuevos significados: la corona de espinas, la esperanza eterna, la vida que persiste aun en la muerte del invierno.
Algo similar ocurrió con el árbol de Navidad. Aunque muchas leyendas atribuyen su cristianización a San Bonifacio, lo cierto es que fue en la Alemania del siglo XVI donde adquirió la forma que hoy conocemos. Más tarde, soldados europeos lo llevaron a América del Norte, donde terminó de consolidarse como símbolo central de la celebración, aun cuando ya en la Roma antigua se colgaban figuras rituales en los pinos como augurio de fertilidad.
En ese mismo proceso de mestizaje simbólico aparece la figura de Papá Noel. Antes de ser el personaje universal que hoy conocemos, fue la superposición de antiguos dioses nórdicos —como Votan, que recorría los cielos invernales repartiendo dádivas— y de un obispo cristiano del siglo IV: San Nicolás. Reconocido por su generosidad y su amor por los niños, San Nicolás se convirtió en patrono de numerosas ciudades europeas y, más tarde, de la isla de Manhattan. Los colonos holandeses llevaron su devoción a Nueva Ámsterdam, donde su nombre mutó en Santa Claus y su figura se transformó: dejó atrás la austeridad del santo para volverse un anciano bonachón, viajero nocturno, repartidor de regalos.
Así, la Navidad terminó siendo un verdadero salpicón cultural: ritos paganos decantados por la fe cristiana, símbolos europeos trasladados a otros hemisferios, mitologías antiguas convertidas en relatos infantiles y, más adelante, potenciadas por la cultura de masas. Lejos de ser una incoherencia, esa mezcla explica su persistencia: la Navidad sobrevivió porque supo adaptarse, absorber y resignificar, manteniendo vivo un mensaje que, más allá de las formas, sigue apelando a la esperanza, al encuentro y a la promesa de un nuevo comienzo.
Texto reelaborado a partir de información publicada en Revista Siete Días, Nº 344, 17 al 23 de diciembre de 1973.
Reflexión/ Conclusiones
Es mi intención que este episodio deje en claro otra faceta de la gesta del Libertador. La capilla en cuestión, donde se oficiaba y donde existía la imagen de San Nicolás de Bari —a quien ya conocés un poco más— estuvo vigente hasta 1824, cuando ocurre este acontecimiento en la región conocida como El Retamo. No se trata sólo de vincular a San Martín con la imagen de San Nicolás, sino de comprender que este santo fue mutando, diluyéndose, hasta desaparecer por decisiones eclesiásticas posteriores en esta región. Desde 1825, la iglesia pasó a llamarse Nuestra Señora del Rosario, nombre que conserva hasta hoy. Y ese cambio no es menor: deja al descubierto cómo ciertas presencias se diluyen, se transforman o directamente se borran, y cómo la historia —cuando se la observa con atención— no es sólo la de San Martín, sino la de un entramado mucho más amplio, hecho de intereses, silencios, reemplazos y conveniencias. Esta lógica del cambio también atraviesa la figura del propio Libertador: muchas cosas se modificaron cuando él partió hacia su exilio definitivo. Su plan, su idea original, aquella arquitectura profunda que había imaginado, se vio alterada por las circunstancias, por los hechos que se sucedieron y por las condiciones impuestas por otros. Nada quedó intacto. Y entender eso es fundamental para comprender que la historia no avanza en línea recta, sino que se va reescribiendo, constantemente.
Aquí es donde aparece ese filo permanente de la navaja: qué es verdad, qué es mentira, y qué sobrevive no por su valor, sino por intereses institucionales, imposiciones sociales —algunas burdas, otras sutiles— y una constante manipulación de la conciencia colectiva. Hacer este tipo de estudios no me resulta liviano; por el contrario, me genera una tristeza honda frente a la ingenuidad, al desinterés por la verdad, y a la persistencia de la mentira como forma aceptada de vivir. Me siento, en todo caso, un buceador de la verdad en ese océano infinito, intentando rescatar fragmentos que aún conservan sentido.
Este episodio me mostró otra faceta de San Martín. Lo vi reflejado más en este Papá Noel primigenio, silencioso y real, que en el personaje edulcorado que hoy se consume sin preguntas. Lo vi estratégico, fiel a su arte de mostrar y no mostrar, de decir y no decir. Lo pensé en las Navidades que le tocó atravesar y me pregunté, una vez más, si incluso esa fecha no es también otro invento. Pobre Jesús… gran Kabir… cuánto han manipulado tu mensaje.
En mi caso personal. Creo en Dios. Creo en el Cristo Cósmico. Pero no creo que una fecha impuesta, un regalo vacío o una ilusión prefabricada nos hagan mejores personas. Mucho menos dentro de esta corriente arrolladora que, si no hacés lo que el sistema mundial espera, te convierte en un pobre diablo. Sé que estos escritos quizás los lean decenas, centenas o, con suerte, miles. Pero no dejan de ser un acto consciente, una pequeña resistencia, un impulso hacia el cambio que, en definitiva, somos nosotros mismos.
Me despido deseándote una Feliz Navidad. Pero la Verdadera. Porque Dios es demasiado grande para encerrarlo en un solo personaje o en un único contexto. Basta con mirar el cielo una noche estrellada para comprender que, en la inmensidad del universo, apenas somos un grano de arena en el mar. Mi abrazo sincero de siempre..
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