Los misterios y secretos detrás del héroe. José Francisco de San Martín , su vida en un enigma constante.
Episodio 11: “Un Ensayo para la Libertad»
«Corridas de toros jugada por los oficiales del ejército de los Andes en la plaza de Mendoza»
Por Eduardo Guidolín Antequera
«Transformación»
¿Cómo estás? Después de todo este recorrido, desde el San Martín Torero hasta su gestión en la organización de las Corridas de Toros, pasando por la visión estratégica de estas acciones en el contexto de su época y la campaña libertadora, llegamos a un punto fascinante. Hemos hablado de sus “muchachos”, los legendarios Granaderos, a quienes ya les dedicamos un apartado dentro de estas manifestaciones taurinas. Pero hoy quiero ponerlos en la escena de otra manera: como fieles protagonistas de estos festejos.
¿Por qué? Porque los propios contemporáneos los referenciaron, porque muchos de ellos dejaron testimonios en primera persona sobre lo que significaba para un oficial , soldado o granadero participar en estos espectáculos. No era solo una exhibición de destreza: era demostrar que estaban listos, que tenían arrojo, que eran hombres dignos de su General. Imaginate la escena: el propio San Martín observando, evaluando, en ese ritual que bien podría ser un ensayo para lo que vendría después.
Lejos de una simple distracción, estas demostraciones de valentía bien podrían compararse con un entrenamiento de alto riesgo: un enfrentamiento con el toro bravo, como un anticipo del enemigo que enfrentarían en el campo de batalla. Pensemos que muchos de estos hombres no eran soldados profesionales; eran civiles que se sumaron a la causa sin experiencia militar previa. Y ahí estuvo San Martín, forjándolos, transformándolos, preparándolos para lo que vendría.
Esta es solo otra de las muchas historias que siguen sin contarse del General. No se trata solo del Cruce de los Andes—hito fundamental, sin duda—sino del antes, del durante y, sobre todo, del después. La gran hazaña no fue solo cruzar montañas: fue convencer, inspirar, liderar. Porque para liberar a un pueblo, primero hay que liberar las almas que lo componen. Y él lo hizo con el ejemplo.
Mi admiración de siempre.
Mendoza, el escenario de la gran «Película Sanmartiniana«
Johann Moritz Rugendas, [Casa de San Martín en los alrededores de Mendoza] [fotografía]. [S.l. : s.n. , 18uu]. 1 fotografía : monocromo, gelatina, papel fibra ; 18 x 12 cm. . Sala Medina. . Disponible en Biblioteca Nacional Digital de Chile.
Hoy vamos a detenernos en una de esas escenas que nos han dejado sus contemporáneos directos y que, con el tiempo, fueron recogidas por sus primeros biógrafos exhaustivos. Y es que, recordemos siempre: la historia de San Martín aún se sigue escribiendo. ¿Por qué? Porque hay cientos, miles de vestigios de su magnánima vida que no están plasmados en los libros de historia oficial . Mendoza es, sin duda, uno de los sitios con más tesoros sanmartinianos. Espero, en algún momento, poder mostrárselos al mundo.
Tengo el privilegio de saber dónde están algunos. Como decía el Chapulín: «Síganme los buenos”. Y a los malos, también los invito a seguirme…
«Etapa de proceso»
Lo que sigue es una serie de citas extraídas de testimonios vívidos de protagonistas y espectadores, luego retomadas por distintos autores, abriendo nuevas puertas para seguir buceando en las múltiples capas de la historia. Más allá de la comparativa de posturas, en este recorrido—con un tema tan controversial como las corridas de toros—quise exponer las realidades de la época y contrastarlas con los ideales que nos han sido impuestos, muchas veces sin un verdadero análisis de los procesos.
La gesta sanmartiniana no fue un hecho aislado ni un instante congelado en el tiempo: fue un proceso en constante evolución, un cambio de código, un salto de lo viejo a lo nuevo. Fue, en sí mismo, un cambio de paradigma.
La nueva «Batalla Mediática»
Y hoy, paradójicamente, estamos en un nuevo cambio de paradigma, muchos sanmartinianos estamos: cuestionando, reinterpretando, poniendo sobre la mesa lo que se contó, lo que se dijo y lo que se plasmó sobre San Ma—como lo llama mi amigo Ramiro—, porque, seamos honestos: no todo fue tan así. Estamos en un nuevo proceso, en pleno cambio estructural de la figura construida de San Martín y de todos los que lo acompañaron en su gran película.
Hoy libramos otra batalla: la de poner en valor lo que realmente fue, frente a lo que se ha dicho; de confrontar lo que sucedió con lo que se ha mitificado; de contrastar lo que nos contaron con lo que realmente se debe contar. Seguir repitiendo las canciones como loros, sin un cuestionamiento real sobre quién nos dijo que la canción era así, nos llevará a perpetuar mitos y leyendas sin aclararlos, sembrando equivocaciones en lugar de certezas.
Por eso, acá se cae el refrán de que «todos los caminos conducen a Roma». No en nuestro caso. Muchos caminos no te llevan al verdadero San Martín. Cuidado con las luces.
Datos, datos y más datos
Vamos a buscar fundamentos, a justificar los ensayos pertinentes, porque, si no, vos serás el condenado. Para esos aberrantes intelectualoides que se creen dueños de la verdad… (un poco de humor y sarcasmo siempre viene bien).
Te dejo las impresiones comparativas de los actores, espectadores y las apreciaciones a priori de cada contexto. Este episodio no tendrá conclusiones expuestas por mí. Creo que será mucho más interesante que disfrutes tu café mientras reflexionás sobre todas las interpretaciones de un mismo hecho.
Las diferentes miradas de los autores, los testimonios de los protagonistas y el eje central que nos convoca —los oficiales del Ejército en las corridas de toros durante su despedida en la plaza de Mendoza antes del Cruce de los Andes— abren un abanico de lecturas. Algunas aristas serán palpables, otras te llevarán a imaginar las escenas y muchas quedarán en la asimilación de todo lo que acabás de leer… quizás en las mismas notas que quedaron en el fondo de esa taza de café que terminaste.
«La historia es un campo de batalla, y aquellos que la escriben tienen el poder de definir la realidad.»
David Graeber
ENERO DE 1817
Lugar: Mendoza (Capital) Instancia: Últimos días antes del Cruce de los Andes. Despedida del Ejército, jornadas festivas con participación activa de la población. Eventos organizados con el propósito de fortalecer el ánimo de la tropa y consolidar el respaldo ciudadano. Detalles clave sobre la organización, protagonistas y el rol de San Martín en estos encuentros.
José Pacífico Otero
Referencia en la bibliografía: Otero, J. P. (s.f.). Historia del Libertador Don José de San Martín: Ostracismo y Apoteosis (1822-1850) (Tomo 4, pp. 489-490).
[…]Como ya es notorio, San Martín antes de iniciar la reconquista de Chile, determinó proceder a la jura de la bandera que debía servir de enseña al ejército libertador. Este acto provocó una viva exaltación patriótica en la ciudad de Mendoza y deseosos sus habitantes de solemnizar ese acto en forma jubilosa y popular, resolvieron desarrollar una serie de fiestas taurinas, eligiendo para esto una de las mejores plazas de la ciudad. Al mismo tiempo, y entre los iniciadores de estos festejos y regocijos, se procedió a la formación de cuatro escuadrillas, y para la indumentaria que correspondería a cada una de ellas, convínose el presentarlas vestidas con trajes de indios, de gauchos, de negros y de turcos. Estas cuadrillas trataron de rivalizar en el lujo de su indumentaria, y la que tenía por objeto representara los indios, se procuró los mejores caballos, adquiriéndolos en las tolderías de los mismos.
El despejo de la plaza quedó confiado al general O’Higgins y al comandante don Juan Gregorio de Las Heras. El teniente Juan Apóstol Martínez fué designado domador, y como espadas se vieron elegidos el mayor Manuel Nazar y el capitán Simón Antonio Santuchos. El oficio de banderilleros y de capeadores recayó en varios jovenes oficiales, y para picadores fueron designados el teniente Juan Lavalle y un ciudadano chileno de nombre Villota. Para enlazadores lo fueron — eran estos los que se encontraban vestidos de gauchos — los tenientes Pedro Ramos, M. Giménez, Manuel Olazábal y dos civiles de Mendoza.
La fiesta comenzó con la entrada del toro en la plaza. El teniente O’Brien, que al decir del cronista que nos cuenta este episodio « estaba engrillado de cintas » y por lo tanto sin libertad para sus movimientos, una vez en presencia del toro saltó sobre él sin verse lesionado por la menor cornada. Cuando llegó el momento de enlazar al animal, el teniente Olazábal se presentó en su puesto. Con mano diestra y con ojo certero dirigió sobre el toro su lazo, y segundos después, aprisionado por él, el toro cautivo forcejeaba inútilmente para librarse. En ese momento, Olazábal bajó de su caballo, empuñó el puñal que llevaba al cinto y lo clavó violentamente en la nuca del toro. No contento con haber ultimado así a su víctima, con esa misma arma le amputó los adminículos glandulares y una vez consumado este último sacrificio, resolvió presentarse al palco en que se encontraba la esposa de San Martín, a fin de brindarle su trofeo. ¿Qué sucedió después? Olazábal nos lo dice. Mientras la esposa de San Martín, toda sonrojada, se rehusaba a aceptar semejante obsequio, San Martín, con tono picaresco, se dirigía a ella, y clavando en su rostro su mirada brillante, le decía :
« Remeditos, toma lo que te trae Olazábal ».• De más está decir que la insinuación de San Martín no se llevó a efecto, y que quien recogió ese trofeo, lo fué don Bernardo O’Higgins, que se encontraba a su lado en el mismo palco. Al ponernos al corriente de este episodio, Olazábal nos previene que en ese momento contaba él dieciséis años de edad, y que habiendo tonificado sus energías para esa lid con unos tragos de «rhom» se había visto asaltado en su mente por esa idea «tan descabellada ».
Esas fiestas taurinas terminaron con un baile que dió San Martín en la casa de gobierno […]
Apreciación:
Este detallito de los «huevos del toro» tiene su lado anecdótico, pero también deja entrever mucho más de lo que parece. Otero, en su op. cit., pp. 224, nos cuenta que el general Manuel Olazábal, en ese entonces coronel, se había alistado muy joven en el Ejército de los Andes y, estando en Mendoza, contrajo matrimonio, con San Martín como padrino de casamiento. Desde entonces, según sus propias palabras, el Libertador se convirtió en «su más esclarecido y positivo amigo», a pesar de que él mismo se describía como «un pigmeo y aquél un coloso».. A pedido de su abuelo, don Máximo del Mármol, Olazábal escribió sus apuntes o Memorias a principios del año de 1867 y su manuscrito dedicólo al hijo de aquél, don Florencio Mármol. Mármol se lo pasó al doctor don Juan Carballido y éste a don Adolfo Carranza, director del Museo Histórico de Buenos Aires y en cuya Biblioteca se encuentra hoy debidamente encuadernado.
Imagínate la escena: Olazábal, en un gesto que seguramente le pareció muy ocurrente, le regala a Remedios “los huevos del toro”. Sí, literal. Lo describe como «adminículos glandulares», una forma elegante (o rebuscada) de decir testículos. Más allá del chiste y la situación un tanto embarazosa, lo que me interesa acá es destacar la presencia de Remedios en este relato. Siempre nos la han mostrado como una figura pasiva, la esposa joven y frágil de San Martín, pero su historia es mucho más que eso. En este mismo contexto, la Virgen del Carmen fue nombrada «Generala del Ejército de los Andes», y de alguna manera, Remedios también carga con ese título simbólico. ¿Por qué? Porque su papel fue clave, porque sostuvo la familia mientras San Martín armaba su empresa libertadora, porque atravesó la distancia, la espera, las decisiones que se tomaban lejos de ella. Remedios merece ser reconocida. Porque, al final del día, ella le dio a San Martín el título más importante de todos: el de padre. Y así como nos tomamos el tiempo de analizar cada aspecto del General, ¿no es momento también de hablar de la familia San Martín como un todo?
Imagen ilustrativa para el contexto.
«La plaza de Mendoza antes del terremoto del 20 de Marzo de 1861». Lith. W. Loeillot. Berlin.
Gerónimo Espejo
Referencia en la bibliografía: Espejo, J. (1882). El paso de los Andes. Crónica histórica de las operaciones del Ejército de los Andes, para la restauración de Chile en 1817, (pp. 486-487) Buenos Aires: C. Casavalle
La Municipalidad dominada de un entusiasmo que rayaba en frenesí, á los pocos dias ofreció un obsequio al ejército, que por nuestra parte siempre lo hemos recordado y recordamos con gratitud : á la oficialidad fué un espléndido sarao, y á la tropa un almuerzo campestre y una corrida de toros. El almuerzo se compuso de una sopa, un puchero bien condimentado, carne con cuero, buen pan, una ración moderada de vino, y arrope de uva por postre. Para la corrida de toros se cercó el anfiteatro con maderas adecuadas, se formaron palcos bien adornados para las autoridades y las familias (por cuanto no habia circo perenne como en algunos pueblos de España, de Lima, Buenos Aires y otras partes), y entremezclados otros destinados á la tropa,- que por cuerpos concurrió sin armas como mera espectadora, presidida por los oficiales de semana. Sin embargo, se diferenció esta función de las de su género acostumbradas hasta entonces en Cuyo, por el despejo que lo hizo un piquete de ochenta oficiales con vestuarios de soldados rásos y su fusil al hombro, comandado por el Brigadier O’Higgins con uniforme é insignias de teniente, y el coronel Las Heras, con vestuario de tropa también, su fusil y la gineta de sargento 1° al brazo. Éntrelas evoluciones ejecutadas por esta tropa, una fué un Viva la Patria que dejó en el suelo, formado de ramos de flores, al frente del palco del General San Martin. En seguida dejó otro letrero tambien de flores. Loor á Mendoza, ante el palco del Cabildo; y formando un círculo al centro de la plaza para terminar sus evoluciones hizo una descarga despidiendo banderitas que iban ocultas dentro del cañon de Ios fusiles, y á paso de trote como cazadores, se retiraron en dispersión á tomar puesto en los puestos. Mas si el despejo fué objeto de entusiastas y repetidos aplausos de aquel gran concurso, no fué menor la impresión que produjo la compañía de toreros. Era formada igualmente de puros oficiales del ejército, que, según la inclinación de cada cual, se habían distribuido entre sí los oficios de picadores, banderilleros, capeadores, espadas y otros, pero todos con esos vistosos trajes de majo del estilo español, que se desempeñaron con aplausos. Y si con una positiva satisfacción recordamos este hecho, ¿ por qué no hacer otro tanto con las personas de sus promotores? Los nombres de los señores que en ese año formaban el Cabildo, de esos dignos conductores de la electricidad patriótica que irradiaba San Martín, eran, don Pedro Molina, don José Vicente Zapata, don Andrés Godoy, don José Domingo Aberastain, don Ignacio Bombat, don Pedro Nolasco Rozas, don Nicolás Santander, don Juan Antonio Mayorga, don Manuel Calle, don Juan Melchor Videla, don Juan Jurado, don José Cabero y secretario don Cristóbal Barcala. En los «Recuerdos de Cuyo», publicados por la «Revista de Buenos Aires», ha hecho Hudson una descripción de este festejo, aunque omitiendo algunos de los pormenores que dejamos consignados en este párrafo.
Apreciación:
Espejo hace hincapié en lo que hemos planteado en episodios anteriores sobre la idea del «circo» como marco para comprender las corridas de toros. En su relato, resalta un punto clave: en Mendoza, estos eventos eran ocasionales, organizados según las circunstancias. Pero no eran solo entretenimiento. Eran símbolos de patriotismo, momentos donde la «electricidad sanmartiniana» se irradiaba más allá de su círculo militar, alcanzando lo político y lo social. Aquí, cumplían un doble propósito: el homenaje y el espectáculo.
Me resulta interesante la distribución de roles dentro del evento, donde cada uno debía cumplir una función específica. La vestimenta, los atuendos, los palcos… Todo estaba cuidadosamente dispuesto. También me atrapa la idea del obsequio al ejército y, como detalle no menor, el almuerzo y la comida, que formaban parte del ritual. Es una descripción valiosa de alguien que vivió los hechos de primera mano.
Y no olvidemos la chicana a Hudson, que es a quien te presento ahora.
Imagen ilustrativa para el contexto.
J. L. Palliere. La Plaza Mayor de Mendoza antes del terremoto de 1861. Lit. Pelvilain. Buenos Aires. 1864.
Damián Hudson
Referencia en la bibliografía: Hudson, D. (1898). Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyo (Vol. 1, pp. 270-271). Buenos Aires: Imprenta de J. A. Alsina.
En atención al interés que puede ofrecer al lector uno de los episodios del ejército de los Andes, antes de emprender su primera campaña sobre Chile, disimulará que nos coloquemos de nuevo, por un momento, en los últimos meses del ano de 1816. Completada en esa fecha la organización de las fuerzas expedicionarias á Chile, en vísperas de emprender su eternamente célebre pasaje de los Andes, ofreció su distinguida oficialidad al pueblo de Mendoza y al general en jefe, una corrida de toros, en la que ellos desempeñarían los varios roles de una cuadrilla de torero á la española.
En efecto, con el consentimiento del General San Martín, dispúsose el circo vistosamente construido en la plaza principal. Dos órdenes de palcos, formando un gran cuadrado, se levantaron con palos y tablazón, tapizados con telas de varios colores, quedando al centro en el costado oeste el espacioso para el Gobierno, Cabildo y general en jefe. La cuadrilla fué completa, vistiendo al estilo de los toreros españoles, de telas de seda. Capeadores, banderilleros, picadores y espadas. Habían agregado á estos varios oficios, otros de especialidad argentina, enlazadores, y aquellos que cabalgaban; y saltaban el toro. Recordaremos algunos de los que los desempeñaron. El capitán Mansilla, pertenecía á los capeadores ó banderilleros. que eran muchos. Uno de los picadores á caballo, fué el teniente de Granaderos á Caballo, don Juan Lavalle, el héroe poco tiempo después de Río Bamba. El capitán del batallón Nº 8, don Manuel Nazar, y un tal Santucho, eran los espadas, quienes de una manera lucida consiguieron el mejor éxito en su lance. El capitán de Granaderos O’Brien, saltó el toro engrillado con cintas de seda. Este oficial era de elevada estatura y delgado de cuerpo. Paróse sobre una mesa puesta á distancia convenientes de la puertecilla por donde debía salir el toro. Este salió y ciego, envistió á la mesa, que se llevó por delante, salvando el capitán, de un salto el cuerpo de la bestia recayendo de pié detrás de ella.
Aplausos calorosos partían á cada una de estas suertes de aquella inmensa concurrencia. El teniente del mismo regimiento, don Juan Apóstol Martínez, cabalgó uno de los toros, ensillado con en apero argentino, y mantúvose mucho tiempo firme. á pesar de los fuertes corcovos del animal, concluyendo por herirlo con su puñal en la nuca, al fin de que cayendo muerto, él descendiese ya sin peligro. Este lance fué muy celebrado de los espectadores, conociendo el carácter y génio arrojado y bromista que tenía Juan Apóstol. Uno de los enlazadores, vestido de gaucho argentino, fué el teniente, tambien de granaderos, don Isidoro Suarez, despues el héroe de Junín. El toro capeado, embanderillado, picado, era en seguida enlazado y sacado fuera de la plaza. En esta especie de suerte, muchos caballos salían heridos ó caían muertos en el acto por las astas del toro.
Seis días duró esta fiesta con contento de toda la población, bailando de noche en el gran palco de gobierno.
Gustaba mucho el general San Martín de estas corridas de toros alternadas con el juego de cañas, que antes hemos descripto. En uno de los días, durante aquella que aquí mencionarnos, un batallón de oficiales entraba á la plaza. y hacía preciosas evoluciones, á que se llama despejo.
Apreciación:
La descripción de Hudson, en realidad, es parte de lo que utiliza Otero, sumado a las memorias de Olazábal. Espejo, por su parte, lo cuestiona por no dar ciertos detalles, aunque su relato tiene el valor de la memoria descriptiva y vívida. Lo interesante es que, en medio de esta narración, aparecen nombres de oficiales que luego serían protagonistas en hechos heroicos, como la Batalla de Junín como es el caso de Suárez. Ya te he nombrado a Junín, que resuena fuerte en Mendoza, y que, irónicamente, sigue generando disputas territoriales entre los departamentos de San Martín, Rivadavia y el propio Junín. ¿Te imaginás? Tierras sagradas, provistas y elegidas por el General, envueltas en litigios burocráticos… Si volviera, ¡qué lindo quilombo se armaría! Pero eso lo dejamos para después.
Lo que no podemos pasar por alto en esta descripción es el dato del tiempo: seis días de festejos. Porque si se celebraba, se celebraba bien. Para muchos de esos hombres, quizá serían sus últimos días en Mendoza antes del cruce de los Andes, antes de la guerra. La arena de los toros pronto se convertiría en el campo de batalla. Y acá es donde volvemos al gusto de San Martín por estos eventos, que no solo estaban autorizados y supervisados por él, sino que también cumplían una función dentro de su esquema. No eran solo entretenimiento, eran momentos de cohesión, de preparación anímica para lo que venía.
Y otro detalle que vuelve a aparecer es el despejo y el juego de cañas, prácticas que Hudson describe muy bien en páginas anteriores de su libro. No es menor el peso que le da a estos juegos, porque nos habla de los agentes sociales que se forjaban en ese entramado: indios, negros, criollos, gauchos… Todo parte de una identidad en formación, de un ejército que era mucho más que soldados: era una comunidad. Te dejo este dato para que lo aprecies, porque ahí, en esas dinámicas festivas, también se construía la historia.
Juego de Cañas
El juego de cañas quedóles á los españoles desde el tiempo de la dominacíón de los árabes y ellos lo importaron junto con sus costumbres á sus colonias de América. Consistia en ejecutar variadas evoluciones Á caballo, tales como figurar un combate, describir corriendo, á escape, al tranco á veces, graciosas curves, círculos, semicirculos combinando así figuras, ya en grupo, ya en hileras, de lucido efecto. En una corrida de toros, era de indispensable ejecución, en días señalados, el juego de caña, En cada uno·de los cuatro ángulos de la plaza dispuesta á aquel objeto, colocábanse un grupo de diez personas, buscadas en las familia principales, las que vestían lujosamente, según la cuadrilla á que pertenecían, el traje nacional de indios, de turcos, galanes ó españoles (después fueron gauchos) y africanos.
En las tres primeras deslumbraba en los vestidos de ginetes y en los arneses de sus hermosos caballos, el oro, la plata, las piedras preciosas, las plumas de colores y los bordados en el raso y en el terciopelo, de que estaban recargados. En la última se apuraba lo grotesco y lo extravagante; era la que desempeñaba el rol del gracejo en la fiesta. Cada uno de los jefes de cuadrilla, acompañado de dos de los suyos, entraba por su turno á la plaza, á son de música en caballos que al compás de ésta levantaban y asentaban sus patas delanteras con airoso movimiento. Llegaba hasta ponerse inmediato al palco de la primera autoridad, á la que dirigía una arenga, titulándose embajador del soberano de la nación que representaba, según el traje que vestía. El indio la pronunciaba en el dialecto pehuenche, el negro champurreando graciosamente el castellano; los demás en este idioma. Enseguida, salía á gran galope un ginete de uno de los grupos y pasando por el frente del que estaba colocado en el ángulo colateral, salía de éste, otro ginete que le perseguia con bolas de naranjas, y lanzándoselas, si tenía destreza, ceñiale con ellas el cuerpo. El perseguido deteníase en el grupo opuesto al suyo y de ese desprendíase otro ginete haciendo lo mismo con el perseguidor y así en este órden continuaban corriendo hasta quedar los grupos en posiciones opuestas á las que antes ocupaban. Terminaban sus ejercicios con las carreras y giros de que hablamos al principio.
N.del A.
Hudson, D. (1898). Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyo (Vol. 1, pp. 12-13). Buenos Aires: Imprenta de J. A. Alsina.
Conclusión
Como ya te adelanté y advertí, hoy dejo las conclusiones abiertas, porque esto de encontrar a San Martín no es un camino recto ni fácil de transitar. Cuánto hay que indagar, cuánto hay que escarbar entre lo que nos contaron y lo que realmente fue. Las escenas son más que elocuentes y la multiplicidad de personajes, innegable. El rol de la oficialidad y del ejército en este acontecimiento es uno de los detalles más destacables. No olvidemos que, más allá de los títulos y cargos, seguían siendo personas, con sus propias necesidades, con un legado individual que, en muchos casos, se entrelazaba con el colectivo, pero que no siempre se recuerda.
Sigo admirando la gesta libertadora. Sigo admirando a sus protagonistas. Sigo buscando más razones para que San Martín sea reconocido aún más, porque su lucha no fue solo por la independencia, sino por una idea de libertad más profunda, más trascendental. Sigo creyendo que la verdad, tarde o temprano, se abre paso, desde el rincón más escondido hasta la expresión más sublime, porque la grandeza, cuando es real, habla por sí sola.
Un abrazo, y aún me quedan historias de toros en torno al General. Nos seguimos encontrando en el camino.
Pd: de yapa te dejo otro texto para indagar sobre los mismo acontecimientos, por si queres empacharte de esta anecdota. Obligado, P. S. (1888). Tradiciones de Buenos Aires (1.ª serie). Buenos Aires: Imprenta de Martín Biedma, pp. 238, 241.
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